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En esta dinámica de inclusión/exclusión ciudadana, la figura del Pichincha juega<br />

un rol fundamental. Una de las primeras v<strong>ec</strong>es que apar<strong>ec</strong>e el Pichincha en el relato es<br />

para mostrar la importancia de ese volcán en el imaginario que los dos niños quiteños<br />

(Salvador y su hermana) construyen de su entorno 328 . Martínez describe la vida de los<br />

quiteños que sucede “al pie del abrupto Pichincha” (Martínez, 1998: 106) y señala que<br />

todo aquel que no ha nacido en las faldas de este magnífico volcán es considerado<br />

inferior 329 . Pero una vez que Salvador emprende su viaje hacia la Costa, Martínez<br />

sutilmente adjetiva de “viejo” al volcán para hacerlo desapar<strong>ec</strong>er “envuelto en un<br />

inmenso sudario de nieblas grises preñadas de lluvia” (Martínez, 1998: 133).<br />

Sin embargo, a pesar de esta fuerza que Martínez entrega a las otras zonas del<br />

país, su personaje principal, Salvador, lo traiciona constantemente con sentimientos de<br />

nostalgia hacia la sierra y la capital. De h<strong>ec</strong>ho, la sierra, representada por su “centinela”,<br />

“el gigante de hielo”; el Chimborazo, alimenta este sentimiento de nostalgia<br />

apar<strong>ec</strong>iendo como un “blanco fantasma sobre un dosel de nubes de plomo” (Martínez,<br />

1998: 170). Vistos desde la costa, la aparición de estos pedazos “de la Sierra abrupta y<br />

dentellada”, hacen que Salvador añore “los campos idílicos de la tierra propia”. “El<br />

corazón oprimido” y “algunas lágrimas quemantes y suspiros incontenibles” se<br />

convierten en las únicas hermosas manifestaciones de la nostalgia: Salvador frustra el<br />

afán de Martínez por imaginar nuevos espacios de la nación al sentirse como un<br />

extranjero “en su propia patria” 330 (Martínez, 1998: 180).<br />

Zapikia y Nanto: Víctor Proaño, el descubridor del Morona<br />

La fama de valerosos e indomables de los habitantes del oriente despertó el interés en<br />

los escritores y literatos de los siglos XIX y XX 331 . Zapikia y Nanto fue escrita por<br />

328<br />

“Las ventanas daban a una muralla de un convento de monjas, y apenas, el fin de la calle que terminaba<br />

en callejuela sinuosa y estr<strong>ec</strong>ha, se alcanzaban a ver las breñas del Pichincha laminadas fr<strong>ec</strong>uentemente<br />

por las nieblas. Esta vista era la predil<strong>ec</strong>ta de los niños y les eran familiares los mil pequeños detalles del<br />

chaparro, de los pajonales de las cimas o de las oscuras quebradas que desgarran los flancos de la<br />

montaña” (Martínez, 1998: 45).<br />

329<br />

“Les hace ver como inferiores a la gente que no nacieron al pie del Pichincha” (Martínez, 1998: 88).<br />

330<br />

En su l<strong>ec</strong>ho de muerte: “¡Oh! ¡El Chimborazo! Murmuró Salvador… ¡Qué hermoso! … ¡atrás está la<br />

Sierra!” (Martínez, 1998: 239) (…) “La cara tomó una expresión beática y bellísima, y los ojos vidriosos<br />

quedaron fijos en el Chimborazo, que allá, en el confín del paisaje inmenso respland<strong>ec</strong>ía con los últimos<br />

rayos del sol” (Martínez, 1998: 240).<br />

331<br />

Cumandá de Mera (1875), Viajes de exploración a las tribus salvajes del Ecuador de Francisco Pierre<br />

(1892), Nankijukima de Enrique Vacas Galindo (1894), Zapikia y Nanto y Sukanga de Eudófilo Álvarez,<br />

y Etza o alma de la raza jívara de Alejandro Ojeda (Costales, 2003: 23). Nankijukima y viajes de<br />

218

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