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hundió “en las infinitas selvas orientales” (Álvarez, 2003: 61) para<br />

llevar a cabo la<br />

estupenda hazaña de r<strong>ec</strong>orrer los afluentes del Morona, río densamente poblado de<br />

jivarías 339 (Costales, 2003: 19). Al describir a Proaño, Álvarez, dice que “tenía un<br />

carácter aventurero, y le gustaban las empresas difíciles, por tener la satisfacción de<br />

vencerlas. “Si la Naturaleza no me aplasta, d<strong>ec</strong>ía, yo haré algo en el Oriente”. Y ese<br />

algo fue nada menos que el descubrimiento del más navegable de nuestros ríos<br />

orientales”. De h<strong>ec</strong>ho, Proaño muestra una enorme atracción por “ese encanto<br />

indefinible de los desconocido”, razón por la cual tanto “el misterio de nuestras selvas<br />

infinitas” como la “indomable i soberbia” raza jívara, llaman su avidez de conocimiento<br />

(Álvarez, 2003: 54):<br />

Los peligros no me amedrentan: muy al contrario, todo en esas regiones<br />

nebulosas me atraen: su grandeza, sus tesoros, sus peligros, su misterio.<br />

Todos hablan del Morona (los macabeos), pero nadie le conoce, nadie ha<br />

penetrado por él. ¿No te par<strong>ec</strong>e (mi querido Luis) que es preferible<br />

sucumbir en una empresa de estas, que pudiera r<strong>edu</strong>ndar en grandes bienes<br />

para la Patria, antes que llevar una vida tranquila pero estéril? (Álvarez,<br />

2003: 72).<br />

Esta curiosidad por entender el verdadero r<strong>ec</strong>orrido del Morona – en contra de la<br />

creencia general de que el Morona no era otro que el bajo Upano - le llevó a planear su<br />

expedición (Álvarez, 2003: 102). De h<strong>ec</strong>ho, dada la época en la que realiza sus<br />

número, terribles i casi invencibles por la gran fuerza que representaban: unos par<strong>ec</strong>ían estrepitosas<br />

cataratas, por la elocuencia; otros semejaban esas moles de granito de nuestros Andes, por su carácter<br />

áspero e indomable: mientras otros de encumbraban tanto y tanto i brillaban tanto, que como el sol en el<br />

cenit, despedían rayos a torrentes, rayos i centellas que deslumbraban al enemigo, que, cual satán, se<br />

retorcía terrible en lo hondo de las sombras. Y al frente de estos batalladores, se hallaba el soberano de la<br />

inteligencia, aquel astro-rey del Ciclo Ecuatoriano desde cuyas alturas lanzaba rayos contra sus enemigos,<br />

como Júpiter Tonante: Juan Montalvo. Esa lucho de cíclopes, lógico es suponer, causó numerosas víctimas.<br />

Y una de aquellas víctimas fue el Coronel Víctor Proaño” (Álvarez, 2003: 51).<br />

338<br />

“García Moreno, que se engullía a los hombres a grandes bocados, y que cuanto más sangre humana<br />

se devoraba, más sed de sangre tenía, no podía perdonar la vida a un vencido, sino a condición de<br />

someterle a penas peores que la muerte. Quizá un día a muerte lenta a dos escritores públicos, que no<br />

pensaban como él, Federico Proaño i Miguel Valverde?, pues a las selvas orientales a los más adentro.<br />

Quiso dar la peor forma de muerte a otro enemigo suyo, que tenía sobre sí el p<strong>ec</strong>ado de ser liberal, Víctor<br />

Proaño? Pues a las regiones del terror i de la muerte” (Álvarez, 2003: 52). (García Moreno lo manda a<br />

Macas).<br />

339<br />

“Aishamano significa en lengua jívara un hombre, un individuo cualquiera de la esp<strong>ec</strong>ie; apachi es un<br />

extranjero, y shuar o shihuar es u individuo de la tribu, un salvaje como ellos, un jívaro, de modo que al<br />

preguntarles quienes con ellos, contestan shihuar. Los antiguos escritores para representar en sonido<br />

equivalente a nuestra combinación SH se valían de la X que tenían en v<strong>ec</strong>es, el sonido de la J, y con<br />

posterioridad, llegó a sustituirse por la castellana; y así para significar el sonido Shihuar, que se convirtió<br />

más tarde en jiuar y luego en jívaro dándole la terminación española” (Costales, 2003: 14). La<br />

denominación de Jívaro es, entonces una “castellanización y la deformación fonética de shihuar” y fue<br />

generalizada por los “lingüistas modernos como una verdad irrefutable” (Costales, 2003: 14).<br />

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