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334 POLÍTICA ECONÓMICA. 3. a EDICIÓN<br />

pansiva, sólo generaría incrementos en el tipo de interés, con efectos negativos para la<br />

inversión, que tendería a contraerse. El resultado final sería una expansión de la actividad<br />

económica mucho menor que la anterior (pasaría de 2 a 3 ).<br />

Por otra parte, la eficacia de la política fiscal está relacionada también con la pendiente<br />

de la curva , y como es lógico suponer, el efecto de una medida expansiva<br />

(contractiva) será mayor cuanto más inclinada sea dicha curva, alcanzando su valor máximo<br />

cuando sea vertical.<br />

Finalmente, desde una óptica complementaria, no deben dejar de reseñarse los efectos<br />

estructura de la política fiscal; es decir, los derivados no del volumen de gastos o impuestos,<br />

sino de la composición de los mismos. En efecto, cierto tipo de gastos públicos,<br />

como las inversiones en infraestructuras o equipamientos sociales, pueden tener<br />

un efecto más rápido y positivo sobre la producción y el empleo que un incremento del<br />

gasto en bienes y servicios. Igualmente, por la vertiente impositiva, no genera el mismo<br />

impacto una subida de la imposición directa que de la indirecta. Recuérdese, por<br />

ejemplo, que resulta un principio generalmente admitido aceptar que los impuestos directos<br />

tienen un efecto inflacionista menor que los indirectos.<br />

12.5<br />

LA POLÍTICA MIXTA O EL USO COORDINADO<br />

DE LA POLÍTICA FISCAL Y MONETARIA<br />

La visión tradicional de la política monetaria y de la política fiscal, hasta inicios de la<br />

década de los sesenta, concebía el funcionamiento de ambas de forma independiente.<br />

La primera se orientaba básicamente a controlar la cantidad de dinero en circulación o<br />

el nivel de los tipos de interés para coadyuvar a la estabilidad de precios, mientras que<br />

la segunda se dirigía a conseguir un nivel de renta compatible con el pleno empleo y la<br />

estabilidad de precios.<br />

Esta concepción de la política mixta, como se indicó al principio del capítulo, ha<br />

quedado totalmente fuera de contexto, porque los problemas desencadenados por la crisis<br />

económica de los setenta ha alterado de una forma radical su marco de referencia,<br />

aparte de que los avances en el terreno teórico también han conducido a la necesidad de<br />

considerar nuevos elementos. En este último sentido, las críticas de los monetaristas,<br />

con Milton Friedman a la cabeza, a la política fiscal se han centrado en el excesivo énfasis<br />

sobre los efectos reales de la misma (vía multiplicadores o cambios en la estructura<br />

de impuestos/gastos públicos), olvidando las consecuencias derivadas de estas actuaciones<br />

cuando se toma en consideración que la forma en que se financie el déficit<br />

público no es irrelevante.<br />

El propio cuestionamiento del papel económico que debe desempeñar el sector público<br />

ha contribuido también a que la política fiscal keynesiana, que tiene su fundamento<br />

básico en la discrecionalidad de sus actuaciones y en su protagonismo creciente,<br />

sea criticada y su papel visto como negativo por los defensores de una intervención<br />

cada vez más reducida de los gobiernos. Incluso los situados en posturas muy conservadoras<br />

lo limitarían a las tradicionales funciones clásicas de defensa nacional, policía<br />

y justicia. En íntima conexión con lo anterior, la aceptación de la interdependencia entre<br />

política y economía (véase Capítulo 5) rompe con uno de los axiomas implícitos en<br />

la teoría keynesiana: la benevolencia de los gobernantes y su búsqueda desinteresada<br />

del bienestar general a través de las actuaciones económicas.

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