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448 POLÍTICA ECONÓMICA. 3. a EDICIÓN<br />

Al final, y como se ve, una política microeconómica pretendidamente equitativa,<br />

que impusiese un salario mínimo, afectaría negativamente a la eficiencia y también, y<br />

paradójicamente, a la equidad (en términos globales).<br />

A conclusiones parecidas (aunque con representación gráfica algo diferente) podría<br />

llegarse al tratar temas como el de la (por ser mujer, o joven, o<br />

negro, o chicano, o marroquí, etc.), según el ámbito cultural en que uno se mueva y que,<br />

en los casos citados, implica claramente una valoración retributiva negativa, es decir, por<br />

debajo del salario de equilibrio (y al contrario, pues, del caso del salario mínimo), lo cual<br />

llevaría también a ineficiencia y a falta de equidad, pero de signo opuesto al anterior.<br />

Es decir, habría unos excedentes crecientes para los empresarios, en contra de los<br />

trabajadores, y una alta desigualdad entre los trabajadores, no solamente por tener que<br />

aceptar estos colectivos salarios por debajo del equilibrio (aunque tal vez no legalmente,<br />

social y culturalmente sí ocurre que se acepta esa discriminación), sino, asimismo, por<br />

un fenómeno especulativo (y de signo contrario) que suele acompañar al anterior, cual<br />

es la existencia de otros colectivos de trabajadores (hombre, adulto, blanco, etc.) que se<br />

sitúan en la otra banda opuesta, y con salarios por encima del de equilibrio, configurándose<br />

así mercados de trabajo claramente segmentados o duales, con distintas retribuciones<br />

a diferentes personas para iguales trabajos.<br />

16.2.2. El poder sindical y el caso de las huelgas<br />

Una línea similar a lo ya visto para el salario mínimo es la consideración que merece la<br />

imposición, por parte de los sindicatos, de niveles salariales por encima del nivel de<br />

equilibrio, lo cual ha de llevar a ineficiencia y desigualdad sociales (al disminuir el volumen<br />

del excedente global de la sociedad), y a rupturas dentro del frente trabajador<br />

entre los que trabajan (y mejoran claramente) y los que son despedidos tras la subida,<br />

o entre quienes quieren trabajar a ese nuevo salario más alto y que antes no lo querían<br />

hacer al de equilibrio (que, también claramente, empeoran en su conjunto).<br />

Modernamente, una crítica que se ha venido haciendo a los sindicatos de trabajadores<br />

(y no sólo desde posiciones conservadoras o empresariales, sino incluso desde<br />

las propias filas sindicales) ha sido precisamente esta: la de defender y ayudar realmente<br />

a los trabajadores, pero sólo a éstos. Es decir, que los que no lo son, los que no<br />

están trabajando, los parados, sólo muy recientemente empiezan a ser considerados<br />

dentro de las reivindicaciones normales de los sindicatos. En el caso que nos ocupa,<br />

los intentos de éstos por ir poco a poco eliminando las horas extras, o las propuestas de<br />

reducción de jornada de trabajo (incluso con sacrificio salarial) como medios alternativos<br />

de creación de puestos de trabajo, irían en esta dirección de naturaleza solidaria,<br />

al aceptar cierta dosis de sacrificio entre los que tienen ya un empleo, si con ello se favorece<br />

la creación de otros nuevos, favoreciendo así a los parados.<br />

Con todo, de las reflexiones anteriores sobre la ineficiencia y posible falta de<br />

equidad en la imposición de un salario mínimo o de uno mayor por los sindicatos, puede<br />

parecer que ha de ocurrir esto necesariamente y que, por lo tanto, tales planteamientos<br />

deben ser desechados de forma generalizada, pues tal postura sería económicamente<br />

incorrecta.<br />

Lo cierto es que todo dependerá de la posición de partida. Es decir, que si por la razón<br />

que fuere (mercados no competitivos, normalmente), el salario existente en una

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