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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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¿O estaba yo exagerando y malinterpretando sus palabras?<br />

Por esas mismas fechas me llamaron <strong>de</strong> la Universidad <strong>de</strong> Buenos<br />

Aires y me invitaron a dictar una conferencia sobre nuevas adicciones. <strong>La</strong><br />

sociedad ha dado un giro inquietante y hoy en día millones <strong>de</strong> personas<br />

pasan horas enteras frente al televisor o frente a las pantallas <strong>de</strong> sus<br />

computadores, y no se dan cuenta <strong>de</strong> que son adictos y que sus cuerpos y<br />

sus mentes están siendo sometidos a presiones que lesionan su salud y su<br />

estabilidad psicológica. Preparé mi charla, llamé a mi amiga Emma Joyce<br />

y le pedí el favor <strong>de</strong> que me averiguara mientras tanto en <strong>los</strong> registros<br />

disponibles dón<strong>de</strong> se había tratado Alfonso Rivas y quién había sido su<br />

médico.<br />

—Pero che, si yo voy contigo —me dijo Emma en el teléfono—.<br />

Estoy invitada al mismo congreso.<br />

—Ah, no te preocupes, entonces busco por otro lado a quien me haga<br />

la averiguación.<br />

Cuadramos con Emma para encontramos en el aeropuerto y hacernos<br />

compañía durante el viaje. Me gustaba <strong>de</strong> ella su elegancia, la forma como<br />

había envejecido llena <strong>de</strong> gracia y vivacidad, sin per<strong>de</strong>r el humor, sin<br />

lamentos inútiles, apasionada todavía por el buen cine, <strong>los</strong> buenos libros y<br />

la buena comida. Era una compañera i<strong>de</strong>al para un viaje así. Su<br />

conversación siempre estaba impregnada <strong>de</strong> un tono culto y audaz, alejada<br />

<strong>de</strong> poses superfluas o <strong>de</strong> máscaras intelectuales inocuas. Era un placer<br />

tomarse un café con ella y escuchar sus opiniones suspicaces y a veces<br />

malvadas.<br />

Me prometí buscar a Alfonso cuando regresara. En Buenos Aires dicté<br />

la conferencia y <strong>de</strong>jé una copia para una posible publicación. Un domingo<br />

que teníamos libre, muy temprano en la mañana, escuché el timbre <strong>de</strong>l<br />

teléfono <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong>l hotel don<strong>de</strong> me estaba hospedando, en el<br />

centro, cerca <strong>de</strong> la Plaza <strong>de</strong> Mayo y <strong>de</strong> la Casa Rosada. Era Emma:<br />

—Bañate, che, que te tengo un buen plan para hoy —me dijo en un<br />

tono burlón.<br />

—¿Qué hora es? —pregunté con <strong>los</strong> ojos pegados por el sueño.<br />

—Vos estás joven, <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> dar la lata. En veinte minutos estoy en tu<br />

habitación para que bajemos a <strong>de</strong>sayunar y salgamos temprano.<br />

Yo le había contado a Emma durante el vuelo que un viejo amigo <strong>de</strong><br />

infancia me había escrito una carta citándome el famoso viaje <strong>de</strong> Vito<br />

Dumas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l mundo. No entré en <strong>de</strong>talles, pero le dije que ese<br />

www.lectulandia.com - Página 103

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