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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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frente a la casa, las actrices y presentadoras <strong>de</strong> la televisión, las<br />

mo<strong>de</strong><strong>los</strong> <strong>de</strong> las revistas, todas, era una auténtica pesadilla. Des<strong>de</strong> la<br />

mañana hasta la noche no hacía sino pensar en mujeres. Me<br />

masturbaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las primeras horas <strong>de</strong>l día hasta las once o doce<br />

<strong>de</strong> la noche, cuando me acostaba a dormir. Podía entrar al baño a<br />

lavarme el semen que manchaba mis calzoncil<strong>los</strong> y pantalones entre<br />

cuatro y cinco veces al día. Y como si esto hiera poco, en las horas<br />

<strong>de</strong> la noche tenía sueños eróticos, imágenes <strong>de</strong> mujeres que me<br />

acariciaban y se me echaban encima en poses insinuantes y<br />

groseras, y volvía a eyacular otra vez, como si fuera una máquina<br />

productora <strong>de</strong> semen que trabajara aceleradamente y sin control. Fue<br />

una adolescencia solitaria y vergonzosa porque yo sabía que ninguna<br />

mujer se iba a ir a la cama conmigo, que para todas eso sería un acto<br />

grotesco y anti-erótico, casi un gesto pecaminoso e infernal. Y en<br />

consecuencia, en lugar <strong>de</strong> calmarte, <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r que es así y que no<br />

tienes cómo cambiar esa situación, no, no te resignas. Suce<strong>de</strong> lo<br />

contrario: <strong>de</strong>seas más, anhelas más, careces <strong>de</strong> más.<br />

Viejo, no sabes el sufrimiento que se escon<strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> <strong>feos</strong>, <strong>los</strong> enfermos y <strong>los</strong> lisiados. Somos criaturas que vamos<br />

generando <strong>de</strong>seos exponenciales, seres que multiplican sus apetitos<br />

<strong>de</strong> manera vertiginosa e irracional. Y es imposible no empezar a<br />

<strong>de</strong>testar a esos jovencitos bien peinados, saludables y sonrientes que<br />

salen a pasear con sus novias cogidas <strong>de</strong> la mano o que salen a<br />

practicar algún <strong>de</strong>porte <strong>los</strong> domingos en la mañana. Sueñas con<br />

asesinar<strong>los</strong> a patadas, con torturar<strong>los</strong> hasta hacer<strong>los</strong> gritar, con<br />

hacerles pagar a el<strong>los</strong> todos tus tormentos, toda tu soledad, toda tu<br />

<strong>de</strong>sesperación. El resentimiento te va carcomiendo a pedazos, te va<br />

arruinando tu bondad y buena disposición, y culpas a <strong>los</strong> otros <strong>de</strong><br />

esa marginalidad que te llena la cabeza <strong>de</strong> escenas atroces y<br />

<strong>de</strong>spiadadas. Es entonces cuando tu espíritu empieza a tomar la<br />

forma <strong>de</strong> tu cuerpo, a acoplarse, a amoldarse poco a poco. De niño no<br />

existe una, relación entre la monstruosidad exterior y la interior. De<br />

adolescente sí: tu alma va copiando <strong>los</strong> repliegues más recónditos <strong>de</strong><br />

tu universo celular. Eres lo que pareces.<br />

A <strong>los</strong> diecisiete años ya era un joven introspectivo, déspota,<br />

arrogante y engreído, que hacía alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> sus conocimientos cuando<br />

se tropezaba con <strong>los</strong> <strong>de</strong>más jóvenes <strong>de</strong> la pensión (llevaba más <strong>de</strong><br />

diez años leyendo y estudiando <strong>de</strong> domingo a domingo), que se reía<br />

<strong>de</strong> las comodida<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>l confort que tenían, <strong>los</strong> inquilinos<br />

universitarios <strong>de</strong> cierto nivel, y que <strong>de</strong>ambulaba <strong>de</strong> aquí para allá<br />

arrastrando como podía ese cuerpo jorobado y barrigón que<br />

www.lectulandia.com - Página 67

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