12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

estabas tú, mi pequeño sobrino genio, metido siempre entre sus<br />

libros, haciendo comentarios que <strong>de</strong>jaban a todo el mundo con la<br />

boca abierta. Y te quise como si fueras mi propio hijo. No fui un<br />

padre ejemplar, lo sé, pero te voy a <strong>de</strong>cir por qué: la abuela supo <strong>de</strong><br />

mi condición homosexual apenas ingresé en la adolescencia: mi<br />

manera <strong>de</strong> caminar, mi <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, mi preferencia por <strong>los</strong> colores<br />

vivos y las telas finas, mis frascos <strong>de</strong> perfume, <strong>los</strong> jabones <strong>de</strong> avena<br />

que compraba aparte cuando hacíamos mercado, mis frascos <strong>de</strong><br />

crema humectante para pieles resecas, la amistad sospechosa que<br />

sostenía con un amiguito calavera <strong>de</strong>l colegio, todo me <strong>de</strong>lataba y<br />

generaba en ella no solo una gran <strong>de</strong>silusión, sino un aborrecimiento<br />

que la hizo alejarse <strong>de</strong> mí y renegar <strong>de</strong> ese hijo afeminado que no iba<br />

a servir para nada en la vida. Porque tú sabes bien que somos una<br />

sociedad cuyo machismo nos llega en principio por nuestras<br />

numeres, nuestras madres, hermanas, primas, tías. Una noche,<br />

cuando tú estabas muy pequeño, con dos o tres años, me advirtió que<br />

me mantuviera lejos <strong>de</strong> ti, que no te fuera a hacer daño, que yo no<br />

era un buen ejemplo para ti. Ella creía que el homosexualismo era<br />

una especie <strong>de</strong> epi<strong>de</strong>mia, una enfermedad contagiosa como la sífilis o<br />

la lepra. Incluso recuerdo que alguna vez me llevó a un grupo <strong>de</strong><br />

oración que tenía con unas beatas vecinas y entre todas rezaron por<br />

mí y pidieron un milagro: que me convirtiera en un hombre <strong>de</strong><br />

verdad, que <strong>de</strong>sapareciera mi feminidad, que <strong>de</strong> ese día en a<strong>de</strong>lante<br />

fuera por fin un machito hecho y <strong>de</strong>recho. Lo <strong>de</strong>cían con <strong>los</strong> ojos<br />

cerrados, cogiéndose <strong>de</strong> las manos e implorándole a Dios con las<br />

voces entrecortadas, como si yo estuviera pa<strong>de</strong>ciendo una<br />

enfermedad terminal y mis días estuvieran contados. En fin, para<br />

qué te canso con todos esos disparates que la abuela hizo conmigo.<br />

Des<strong>de</strong> muy joven me vigiló, y más tar<strong>de</strong>, cuando tú naciste, llegó<br />

hasta el punto <strong>de</strong> pagarle un extra a la empleada con tal <strong>de</strong> que le<br />

contara si yo te veía a escondidas o no. Así que las pocas veces que<br />

lograba eludir esa vigilancia era cuando me escapaba contigo para el<br />

parque, cuando <strong>de</strong>ambulábamos por ahí <strong>de</strong> calle en calle en el viejo<br />

Renault 6 o cuando nos comprábamos un helado y charlábamos<br />

sobre <strong>los</strong> libros que estabas leyendo. Libros que, por cierto, yo te<br />

compraba en las librerías <strong>de</strong> Chapinero. También tu ropa te la<br />

compraba yo y se la daba a la abuela para que te la arreglara. En fin,<br />

qué más puedo <strong>de</strong>cirte, en otras circunstancias te hubiera adoptado y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio te hubiera contado acerca <strong>de</strong> mí homosexualismo<br />

sin sentir esa vergüenza tan <strong>de</strong>moledora que sentí aquella noche en<br />

que me <strong>de</strong>scubriste en la habitación vecina… Y la casa te la <strong>de</strong>jé en<br />

www.lectulandia.com - Página 153

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!