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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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3<br />

Tiré la carta sobre el escritorio y, con <strong>los</strong> ojos llorosos, marqué enseguida<br />

al celular <strong>de</strong>l <strong>de</strong>tective Frank Molina. Logré comunicarme entre ruidos e<br />

interferencias. Me dijo que ya tenía ubicadas las pistas <strong>de</strong> Alfonso, que<br />

estaba justo en ese momento con las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l puerto, que el<br />

Nautilus II había zarpado hacía ya varios días, que su primer objetivo eran<br />

las Islas <strong>de</strong> Juan Fernán<strong>de</strong>z frente a la costa chilena (mientras escuchaba la<br />

voz <strong>de</strong>l <strong>de</strong>tective en el teléfono hablándome con vocab<strong>los</strong> atropellados,<br />

una parte <strong>de</strong> mi memoria reconoció que eran las islas don<strong>de</strong> había<br />

naufragado originalmente Robinson Crusoe), pero que según creían el<strong>los</strong>,<br />

el barco había sido arrasado por una tormenta frente a Antofagasta, en el<br />

cruce con el Trópico <strong>de</strong> Capricornio. Que <strong>los</strong> vientos habían hundido<br />

varios barcos, que el oleaje había llegado a <strong>los</strong> doce metros <strong>de</strong> altura, que<br />

entre el paralelo <strong>de</strong> 20º latitud sur y el paralelo <strong>de</strong> 40º ningún barco había<br />

podido sobrevivir. <strong>La</strong>s autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Guayaquil se estaban poniendo en<br />

contacto con las chilenas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Arica hasta Valdivia, para reportar<br />

cualquier embarcación encontrada en la zona. Remató diciéndome que me<br />

marcaría más tar<strong>de</strong> a mi celular.<br />

Llamé a Fanny y le conté todo. A través <strong>de</strong> la línea escuché un llanto<br />

sosegado.<br />

—Lo siento, no pu<strong>de</strong> hacer nada —dije con la voz temblorosa.<br />

—Está muerto, lo sé —afirmó ella con una certeza que le venía <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

muy a<strong>de</strong>ntro, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa zona femenina que <strong>los</strong> hombres nunca llegamos a<br />

enten<strong>de</strong>r o que enten<strong>de</strong>mos muy tar<strong>de</strong>.<br />

—Aún no han confirmado nada —dije con una esperanza que ni yo<br />

mismo me creía.<br />

—No estoy llorando <strong>de</strong> tristeza, León, sino <strong>de</strong> alegría. Eso era lo que<br />

él quería. Mil veces me dijo que le horrorizaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> morirse en un<br />

hospital conectado a unos tubos. Que su <strong>de</strong>stino estaba en el mar, que<br />

quería morir entre tormentas parecidas a las <strong>de</strong> un artista al que admiraba<br />

mucho…<br />

—Turner…<br />

—Ese.<br />

—Lo logró, qué cabrón —dije mientras me limpiaba las lágrimas que<br />

corrían por mis mejillas.<br />

—¿Vas a venir?<br />

www.lectulandia.com - Página 181

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