La melancolia de los feos - Mario Mendoza
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
supura todo el tiempo. Dumas se recuesta en un rincón <strong>de</strong> su barco y<br />
sabe que si la infección no se <strong>de</strong>tiene tendrá que amputárselo. Una<br />
noche duerme con un hacha bajo la almohada. Ora, se encomienda,<br />
suplica <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> su embarcación, que se bambolea al ritmo<br />
frenético <strong>de</strong> la tormenta. Al día siguiente, milagrosamente, la<br />
infección ce<strong>de</strong> y Dumas <strong>de</strong>ja el hacha a un lado. Así, enfermo y<br />
maltrecho, logra llegar a Ciudad <strong>de</strong>l Cabo y hacer la primera parada.<br />
El Atlántico ha sido vencido.<br />
Descansa unos días y continúa hacia el sur. Cruza el Cabo <strong>de</strong><br />
Buena Esperanza y se enrumba hacia Nueva Zelanda por el Océano<br />
índico, lo que llaman <strong>los</strong> marinos “la ruta imposible”. Navega a todo<br />
trapo, exigiendo su barco al máximo. Lleva días <strong>de</strong> soledad, <strong>de</strong><br />
silencio, <strong>de</strong> concentración monacal. Y <strong>de</strong> pronto, <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> una<br />
lata <strong>de</strong> galletas, surge un papelito escrito con unas líneas<br />
temblorosas: “Le <strong>de</strong>seo un feliz viaje. Su amigo: Inocencio. 22 <strong>de</strong><br />
junio <strong>de</strong> 1942". Es el ten<strong>de</strong>ro, que <strong>de</strong>cidió <strong>de</strong>jar allí una misiva para<br />
que lo acompañe en medio <strong>de</strong>l viaje. Dumas se conmueve hasta las<br />
lágrimas. Para no dar rienda suelta a su emoción, se pone a fregar el<br />
piso <strong>de</strong>l Lehg II. Unos días más tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>scubrirá una mosca<br />
revoloteando en el interior <strong>de</strong>l barco. Una mosca en alta mar… Es su<br />
única compañía. Hace amistad con ella, la <strong>de</strong>ja comer, le permite que<br />
se pose a veces sobre su mano.<br />
No tengo que recordarte aquí mí carta anterior, viejo, y la forma<br />
como, antes <strong>de</strong> hacer amistad contigo, hice amistad con insectos, <strong>los</strong><br />
únicos seres vivos que me salvaron <strong>de</strong> morir. Cuando leí este aparte<br />
<strong>de</strong>l viaje <strong>de</strong> Dumas, tuve la impresión <strong>de</strong> que solo yo podía<br />
compren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> verdad y a fondo la soledad gigantesca e inenarrable<br />
<strong>de</strong> este hombre en medio <strong>de</strong> <strong>los</strong> océanos por <strong>los</strong> cuales navegaba en<br />
busca <strong>de</strong> un sueño. ¿Quién más se ha sentido así <strong>de</strong> solo, así <strong>de</strong><br />
exiliado, hasta el punto <strong>de</strong> tener que relacionarse con moscas? Nadie,<br />
Dumas y yo: solo <strong>los</strong> hombres que navegan so<strong>los</strong> y <strong>los</strong> monstruos que<br />
buscamos apartarnos <strong>de</strong> las miradas ajenas que nos envilecen y nos<br />
<strong>de</strong>gradan.<br />
Cuando está atravesando <strong>los</strong> 120º <strong>de</strong> longitud este, en <strong>los</strong><br />
antípodas <strong>de</strong> su hogar, como lo dice él mismo, Dumas siente que todo<br />
a su alre<strong>de</strong>dor está muerto, el paisaje, el barco, él mismo, el mundo<br />
en general. Es la locura <strong>de</strong> la soledad, que empieza a hacer mella en<br />
él y que lo arrastra a <strong>los</strong> abismos más insondables <strong>de</strong> una mente que<br />
<strong>de</strong>svaría. Hace esfuerzos por controlar su cabeza y por encontrar <strong>de</strong><br />
nuevo el equilibrio psicológico que le permita seguir a<strong>de</strong>lante. Al fin, y<br />
luego <strong>de</strong> haber luchado contra olas <strong>de</strong> diez y doce metros <strong>de</strong> altura,<br />
www.lectulandia.com - Página 78