12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

terminemos con el mismo rostro <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> a quienes tanto<br />

odiamos? A<strong>de</strong>más, allí estabas tú, con esa inteligencia maravil<strong>los</strong>a<br />

que siempre te admiré, ¿y no eras acaso una bendición? ¿En qué<br />

cambiaba el pasado que yo matara a esa rata solapada e hipócrita?<br />

Por eso <strong>de</strong>sistí <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a y me olvidé <strong>de</strong> ese sujeto.<br />

—Gracias, tío —le dije y me levanté <strong>de</strong> la silla y lo abracé con<br />

fuerza—. Tú siempre has sido lo mejor <strong>de</strong> mi vida.<br />

Compartí un par <strong>de</strong> días más con Humberto y con su novio, que<br />

me pareció un joven inteligente y encantador con el que era posible<br />

hablar y discutir amistosamente. Me enseñaron a manejar las motos<br />

<strong>de</strong> agua y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer ensayo me di cuenta <strong>de</strong> que prefería el<br />

mar así, trepado en un aparato y viajando sobre las olas a gran<br />

velocidad, que sumergido en ese líquido que para mí era una<br />

amenaza que buscaba mi <strong>de</strong>strucción.<br />

Regresé a Bogotá con un nombre grabado en mi memoria con un<br />

hierro can<strong>de</strong>nte: Car<strong>los</strong> Humberto Cuéllar Pinzón. ¿Se parecía a mí<br />

ese hombre? ¿Tenía mis ojos, mi sonrisa, mis gustos? Un dato <strong>de</strong><br />

Humberto me impresionó: ese joven bebía <strong>de</strong>masiado, era díscolo<br />

(esa era la expresión que había utilizado mi tío para <strong>de</strong>scribirlo).<br />

¿Significaba eso que mi alcoholismo era heredado, una predisposición<br />

que me llegaba por vía paterna? ¿<strong>La</strong>s drogas también, quizás? ¿Me<br />

parecía a mi padre sin saberlo?<br />

Por esos días, me sucedió un episodio que me <strong>de</strong>mostró hasta qué<br />

punto yo seguía siendo muy vulnerable a nivel afectivo. Como me<br />

había jurado no regresar a <strong>los</strong> bur<strong>de</strong>les para evitar el resurgimiento<br />

<strong>de</strong> mis adicciones, lo que hacía entonces para paliar esa soledad<br />

permanente que tanto daño me hacía, era llamar por teléfono a una<br />

sección que en el periódico se llamaba “acompañantes”, y pagar por<br />

una mujer a domicilio una hora o una hora y media. Por lo general,<br />

eran jóvenes universitarias que completaban sus estudios gracias a<br />

ese trabajo secreto que <strong>de</strong>sempeñaban en sus horarios libres. Yo<br />

aclaraba antes por teléfono que era un hombre feo, enano y <strong>de</strong>forme.<br />

Prefería hacerlo así para que la joven que acudiera supiera a qué<br />

atenerse. Es triste confesarte una cosa así, pero durante muchos<br />

años yo solo conocí <strong>los</strong> amores pagos, pues la posibilidad <strong>de</strong> la<br />

seducción me había sido negaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> nacer. Eran trámites<br />

rápidos don<strong>de</strong> procuraba ser gentil, lo más amable que podía para no<br />

hacer sentir mal a esa joven <strong>de</strong> turno que había aceptado por unos<br />

cuantos billetes irse a la cama con un monstruo como yo. Y la<br />

verdad es que no recuerdo a ninguna que me hubiera hecho sentir<br />

mal, ninguna que hubiera pronunciado una sola palabra<br />

www.lectulandia.com - Página 158

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!