12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

entorpecía cualquier movimiento ágil o elegante. Des<strong>de</strong> <strong>los</strong> quince<br />

años, me había inscrito en unos cursos <strong>de</strong> validación <strong>de</strong>l bachillerato<br />

por televisión (en el canal cultural), y estaba a punto <strong>de</strong> recibir mi<br />

diploma con unas calificaciones sobresalientes y salidas <strong>de</strong> lo normal.<br />

Era muy bueno en fi<strong>los</strong>ofía, en literatura y en matemáticas. No tenía<br />

un solo amigo, no compartía con nadie, hablaba muy poco con mi tío<br />

y <strong>de</strong>seaba a todas las mujeres <strong>de</strong>l mundo con ferocidad.<br />

Una noche, escuché una conversación sin querer. Uno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

jóvenes <strong>de</strong> la pensión, haciéndose el simpático, le dijo a una <strong>de</strong> las<br />

muchachas que dormían cerca <strong>de</strong> mí habitación:<br />

—Ten cuidado con Cuasimodo esta noche. De pronto te pue<strong>de</strong><br />

raptar —y estalló en una risita estúpida.<br />

Entendí enseguida que se refería a mí. Cuasimodo. Bien, la guerra<br />

estaba <strong>de</strong>clarada. No permitiría que un filipichín subnormal e<br />

imberbe me faltara al respeto <strong>de</strong> esa manera.<br />

Esa misma noche, hacia las tres <strong>de</strong> la madrugada, con un bastón<br />

en la mano que utilizaba en casos <strong>de</strong> dolores lumbares que me<br />

afectaban hasta las piernas, golpeé a su puerta. Lo hice con suavidad<br />

para que se entusiasmara y pensara que tal vez se trataba <strong>de</strong> la<br />

chica que estaba cortejando. En efecto, abrió la puerta con cara <strong>de</strong><br />

complicidad y mi aspecto iracundo y agresivo lo <strong>de</strong>jó paralizado <strong>de</strong><br />

terror. No lo <strong>de</strong>jé que se recuperara y le pegué el primer bastonazo<br />

en el estómago. Perdió el aire y, sin emitir un quejido siquiera, se fue<br />

al piso con las manos en el abdomen. No le di tregua, entré a su<br />

habitación y lo molí a pa<strong>los</strong> a mi antojo. Al final, me senté sobre él y<br />

le lancé varios puñetazos a la cara. Dos dientes rodaron por el suelo.<br />

El joven lloraba, suplicaba en gemidos cortos que casi no se<br />

escuchaban, escupía sangre por el hueco que ahora horadaba su<br />

<strong>de</strong>ntadura.<br />

—Cuasimodo su puta madre, cabrón —le dije atravesado <strong>de</strong> rabia y<br />

rencor—. <strong>La</strong> próxima vez lo <strong>de</strong>jo paralítico para que sepa qué se<br />

siente no ser como <strong>los</strong> otros.<br />

Y me largué chorreando gotas <strong>de</strong> sudor por todo el cuerpo. No<br />

permitiría jamás que nadie me insultara ni atentara contra mi<br />

dignidad. Soportaría las miradas <strong>de</strong> curiosidad, <strong>los</strong> cuchicheos a mis<br />

espaldas, el <strong>de</strong>sprecio, el silencio incómodo, sí, pero no las ofensas,<br />

<strong>los</strong> atropel<strong>los</strong> ni la <strong>de</strong>shonra. Prefería morirme.<br />

Al día siguiente, el joven, con la cara amoratada y tumefacta, <strong>los</strong><br />

ojos cerrados, sin dientes <strong>de</strong>lanteros y cojeando <strong>de</strong> la pierna <strong>de</strong>recha,<br />

se mudó <strong>de</strong> la casa sin darle ninguna explicación a mi tío. No me<br />

acusó ante él, no se quejó, no interpuso ninguna <strong>de</strong>manda. Solo<br />

www.lectulandia.com - Página 68

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!