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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
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—. Salió en la prensa y en <strong>los</strong> noticieros. Me extraña que no lo haya<br />

visto.<br />

Algo me sorprendía <strong>de</strong> la historia: nadie hablaba <strong>de</strong> mujer ni <strong>de</strong><br />

hijos <strong>de</strong>l doctor Cuéllar. El tipo se había quedado soltero, según<br />

parecía. El tío Humberto tampoco había mencionado nada al respecto.<br />

¿Indicaba eso que su historia <strong>de</strong> juventud lo había marcado, que no<br />

había podido olvidar lo sucedido con mi madre, que yo era su único<br />

hijo?<br />

<strong>La</strong> antigua secretaria <strong>de</strong>l consultorio <strong>de</strong>l pediatra, que ahora<br />

trabajaba en un <strong>de</strong>spacho judicial en el mismo edificio, fue la que me<br />

dio la pista final:<br />

—Pobrecito —dijo la señora dándose la bendición—. Le <strong>de</strong>struyeron<br />

la vida. Yo trabajé quince años en su consultorio y siempre me pagó<br />

oportunamente y me trató con <strong>de</strong>cencia. Un caballero completo. No<br />

tengo una sola queja <strong>de</strong> él. No se merecía lo que le pasó.<br />

—¿Y tiene sus datos actuales?<br />

—No será para hacerle un reportaje y poner su nombre en la<br />

picota pública, ¿verdad? Como si no hubiera sufrido ya lo suficiente…<br />

—No, señora, cómo se le ocurre. Soy <strong>de</strong> una fundación que<br />

representa a las víctimas <strong>de</strong>l conflicto armado y nos gustaría mucho<br />

contar con él y ayudarlo en lo que sea necesario.<br />

—Ah, eso es otra cosa. Si es para ayudarlo, sí, porque eso es justo<br />

lo que él necesita. Aquí entre nosotros, y espero que no me vaya a<br />

traicionar diciendo <strong>de</strong>spués que yo le conté esto, el doctor Cuéllar<br />

siempre ha tenido problemas con la botella. Le gusta empinar el codo<br />

más <strong>de</strong> la cuenta. Usted me entien<strong>de</strong>, ¿no? A veces llegaba al<br />

consultorio apestando a trago y yo tenía que traerle un café doble<br />

bien cargado, pastillas para el aliento y le sugería que se echara un<br />

poco <strong>de</strong> la loción que siempre tenía en el baño para que <strong>los</strong> pacientes<br />

no fueran a notar el tufo a alcohol. Pobrecito, sufría mucho.<br />

—Con mayor razón tenemos que dar con él. Muchos <strong>de</strong> nosotros<br />

hemos pasado por situaciones similares.<br />

—¿Usted también es alcohólico? —me dijo la bruja con el ceño<br />

fruncido.<br />

—No, señora, me refiero al dolor <strong>de</strong>l secuestro y <strong>de</strong>l duelo por<br />

nuestros familiares. A mí míreme cómo me <strong>de</strong>jaron —y abrí <strong>los</strong><br />

brazos y bajé la cabeza en señal <strong>de</strong> pesadumbre.<br />

<strong>La</strong> secretaria volvió a darse la bendición y repitió:<br />

—Eso es lo que él necesita, sí señor, que le echen una mano. Que<br />

Dios nos proteja. Espere le busco sus datos en mi cartera.<br />

Anoté en una libreta que llevaba su número <strong>de</strong> teléfono y una<br />

www.lectulandia.com - Página 162

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