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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
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espiaba sus <strong>de</strong>spedidas amorosas, sus besos y sus risas<br />

entrecortadas que aligeraban la oscuridad.<br />

En la medida en que se fueron poniendo <strong>de</strong> moda las cirugías<br />

plásticas y las reconstrucciones, yo también empecé a soñar con<br />

unos milagros médicos que, <strong>de</strong> pronto, podían otorgarme un cuerpo<br />

normal y un rostro aceptable. ¿Cómo quedaría yo? ¿Quién sería<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las muchas cirugías que seguramente un equipo <strong>de</strong><br />

médicos especializados en el tema iría a realizarme? No me parecía<br />

tan <strong>de</strong>scabellado suponer que podían reconstruirme porque una<br />

noche, en el cuarto <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las estudiantes con quien yo<br />

conversaba <strong>de</strong> vez en cuando, vi en la televisión un programa sobre<br />

soldados quemados, heridos en combate y <strong>de</strong>scuartizados por minas<br />

quiebra-patas que la guerrilla suele sembrar en campos y caminos<br />

poco concurridos. Muchos <strong>de</strong> el<strong>los</strong> habían quedado con sus rostros<br />

mejorados y sus cuerpos funcionando igual o incluso mejor que antes.<br />

Entusiasmado con la i<strong>de</strong>a y fantaseando con toda la fuerza <strong>de</strong> mi<br />

infancia maltrecha, <strong>de</strong>cidí redactar una carta y enviársela al director<br />

<strong>de</strong>l Hospital Militar. Le expliqué <strong>de</strong> manera muy somera mi situación<br />

y le dije que, en caso <strong>de</strong> convertirme en una persona normal, lo que<br />

más ansiaba era estudiar e ingresar algún día a la universidad para<br />

convertirme en un profesional que no <strong>de</strong>fraudaría jamás a su país.<br />

<strong>La</strong> nota la envió por correo una <strong>de</strong> las inquilinas <strong>de</strong> la casa.<br />

Me imagino que el tipo quedó muy impactado porque una tar<strong>de</strong><br />

cualquiera, entre semana, llegó una ambulancia <strong>de</strong>l Hospital Militar a<br />

mi casa y dos enfermeros y un conductor se bajaron <strong>de</strong>l vehículo y<br />

preguntaron por mí. Mi abuela no daba crédito a la escena <strong>de</strong> varios<br />

hombres preguntando por mí. Preguntó una y otra vez qué era lo que<br />

estaba pasando, por qué, cómo. Hasta que yo salí eufórico, radiante, y<br />

afirmé con orgullo y cierta autosuficiencia que era el autor <strong>de</strong> la<br />

carta y que estaba listo para ir a hacerme <strong>los</strong> exámenes médicos que<br />

fueran necesarios. Mi tío se subió en la ambulancia conmigo y me<br />

acompañó al hospital. Te voy a resumir este pedazo <strong>de</strong> la historia<br />

para no aburrirte. En efecto, me revisaron varios médicos, me<br />

tomaron <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> radiografías, me midieron cada hueso y cada<br />

músculo <strong>de</strong> mi cuerpo, me pesaron, me sacaron sangre, me revisaron<br />

hasta la saciedad y, al final, en una junta <strong>de</strong> médicos con el director<br />

<strong>de</strong>l hospital como vocero, nos comunicaron a mi tío y a mí que mi<br />

caso no tenía solución, que la malformación era irreversible y que, en<br />

caso <strong>de</strong> operar la joroba, podían <strong>de</strong>jarme paralítico, tetrapléjico o,<br />

peor aún, como un vegetal conectado <strong>de</strong> por vida a un respirador<br />

artificial. El<strong>los</strong> recomendaban esperar unos años a que me<br />

www.lectulandia.com - Página 27

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