12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

era la lasaña, muchas veces la abuela y yo nos hacíamos en la cocina<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las diez u once <strong>de</strong> la mañana, y cocinábamos juntos la salsa y<br />

<strong>de</strong>spués armábamos la pasta. Era para mí el mejor día <strong>de</strong>l año. Esas<br />

dos horas cocinando algo especial que, aunque fuera <strong>de</strong> una manera<br />

lejana, recordaban que mi presencia en el mundo no era tan nefasta,<br />

me hacían inmensamente dichoso. Mi tío sonreía y ese día me<br />

abrazaba y me daba un beso en la mejilla. Para un niño como yo,<br />

acostumbrado a estar solo y sin ningún contacto físico con <strong>los</strong> otros,<br />

ese abrazo y ese beso constituían todo un acontecimiento. Mi madre<br />

no <strong>de</strong>cía una sola palabra. Solo una vez, cuando cumplí diez años, me<br />

la encontré en las escaleras y, antes <strong>de</strong> que yo empezara a correr,<br />

me agarró por la nuca, me acarició el cabello y me dijo:<br />

—Feliz cumpleaños.<br />

Logré soltarme y salí disparado por las escaleras hacia el primer<br />

piso. Recuerdo bien que pasé toda la tar<strong>de</strong> llorando. No sabía qué era<br />

lo que pasaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí. Ese gesto <strong>de</strong> ternura, el único que había<br />

tenido conmigo esa mujer en diez años, había roto un dique interior y<br />

me permitía <strong>de</strong>scubrir una parte <strong>de</strong> mí que no quería reconocer: que<br />

en el fondo <strong>de</strong> mi inteligencia y mi aparente dureza espiritual, yo era<br />

un niño como <strong>los</strong> <strong>de</strong>más, necesitado <strong>de</strong> cariño y <strong>de</strong> una caricia que le<br />

recordara su importancia en este mundo.<br />

Como me sentía tan solo y estaba harto <strong>de</strong> andar por toda la casa<br />

monologando con mis historietas bajo el brazo, <strong>de</strong>cidí entablar<br />

amistad con <strong>los</strong> insectos: arañas, moscas, zancudos y pulgas que<br />

lograba cazar <strong>de</strong> vez en cuando en <strong>los</strong> cuartos <strong>de</strong> <strong>los</strong> estudiantes que<br />

se mudaban y <strong>de</strong>jaban <strong>los</strong> colchones sucios y sin <strong>de</strong>sinfectar. Cogía<br />

<strong>de</strong> la cocina <strong>los</strong> frascos <strong>de</strong> salsa <strong>de</strong> tomate y <strong>de</strong> mermeladas que<br />

sobraban, les quitaba <strong>los</strong> empaques, <strong>los</strong> marcaba con etiquetas que yo<br />

mismo escribía y metía allí a mis nuevos amigos. Los bautizaba con<br />

nombres <strong>de</strong> personas: Pablo, Ricardo, María. El género lo dictaminaba<br />

yo según mi imaginación. Ya que no podía relacionarme con mi<br />

propia especie, quizás, en un acto <strong>de</strong> suerte, las otras especies<br />

estuvieran más dispuestas a un intercambio amistoso. Lo curioso <strong>de</strong><br />

esa soledad asfixiante que tanto daño me hacía es que me llevó a<br />

situaciones <strong>de</strong>lirantes: para que mis nuevos amigos no murieran por<br />

inanición, les permitía picarme <strong>de</strong> vez en cuando. A las moscas les<br />

ponía restos <strong>de</strong> comida entre <strong>los</strong> frascos, a las arañas les cazaba yo<br />

mismo las moscas para sus telarañas, pero a <strong>los</strong> zancudos y a las<br />

pulgas les permitía picarme metiendo la mano entre el frasco por<br />

unos cuantos minutos. Sentía que, al alimentar<strong>los</strong> con mi propia<br />

sangre, se creaba entre nosotros un vínculo sagrado. No éramos solo<br />

www.lectulandia.com - Página 25

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!