12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

tambaleante y con náuseas.<br />

Ya en la playa, me doblé sobre la arena y vomité. Menos mal que<br />

nadie estaba junto a mí y pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogarme sin testigos molestos<br />

que me agredieran. <strong>La</strong>s arcadas disminuyeron y me levanté <strong>de</strong>l piso<br />

a tientas, como un ciego que busca ubicarse en un salón <strong>de</strong>sconocido.<br />

Mi rostro estaba arrasado en lágrimas. Ese reencuentro con mi<br />

madre había sido doloroso. El mar me había transmitido sus<br />

sensaciones más íntimas durante el embarazo y me había recordado<br />

lo que yo procuraba ocultarme a mí mismo: que no era un hijo<br />

<strong>de</strong>seado, que era un error, una cifra en rojo, un bicho que no <strong>de</strong>bía<br />

estar en este mundo. Y entonces, agitándose por entre <strong>los</strong> pliegues<br />

más recónditos <strong>de</strong> mi conciencia, una i<strong>de</strong>a surgió y cobró una<br />

dimensión macabra: era preciso encontrar a mi padre, saber quién<br />

era, verlo cara a cara, enfrentarlo y mostrarle lo que había sido el<br />

resultado <strong>de</strong> su lujuria criminal, mostrarle mí escasa estatura, mi<br />

joroba, mi piel escamosa, mi calvicie prematura. Mostrarle la alimaña<br />

que había arrojado ál mundo por entre el vientre <strong>de</strong> su víctima<br />

violada. No era justo que ese hombre siguiera viviendo tan tranquilo,<br />

como si no hubiera pasado nada, mientras mi madre y yo habíamos<br />

arrastrado el peso <strong>de</strong> dos existencias miserables cuya re<strong>de</strong>nción era<br />

imposible. No, no era justo. Y mientras me ponía <strong>de</strong> pie y me<br />

limpiaba la saliva que había quedado en la comisura <strong>de</strong> <strong>los</strong> labios, me<br />

repetí una y otra vez en voz alta: “Tengo que encontrar a mi padre,<br />

tengo que encontrar a mi padre”.<br />

Visité a Humberto, quien no podía creer que yo lo hubiera<br />

rastreado con la policía. Vivía con su novio todavía, en una casa muy<br />

cerca <strong>de</strong> la playa y el negocio <strong>de</strong> las motos <strong>de</strong> agua les <strong>de</strong>jaba<br />

gran<strong>de</strong>s ganancias cada mes. Una noche en que el joven se fue a<br />

dormir temprano (una disculpa cortés para <strong>de</strong>jarnos a solas), le<br />

confesé la inmensa gratitud que sentía por haberme protegido <strong>de</strong> esa<br />

manera antes <strong>de</strong> partir. También le dije que me avergonzaba <strong>de</strong><br />

haber actuado <strong>de</strong> una manera tan idiota. Humberto se rió, me abrazó<br />

con esa cali<strong>de</strong>z que yo extrañaba tanto, y me dijo con la voz<br />

temblando <strong>de</strong> emoción:<br />

—Siempre quise tener un hijo, Alfonso. Pero para eso me hubiera<br />

tocado acostarme con una mujer, y el solo hecho <strong>de</strong> imaginármelo me<br />

ponía <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> <strong>de</strong> punta. Es como si en el caso tuyo, que eres<br />

heterosexual, la paternidad solo pudiera darse acostándote con un<br />

hombre. Espantoso, ¿sí o no? Así que seguí ocultando mi condición,<br />

viviendo como un <strong>de</strong>lincuente, llevando una doble vida que cada vez<br />

me hacía más daño. Y me dije que no podía ser padre, pero que allí<br />

www.lectulandia.com - Página 152

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!