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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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Dije que sí y ella me indicó el precio. Le entregué unos billetes y me<br />

condujo al segundo piso, a una habitación con espejos y colores intensos<br />

don<strong>de</strong> nos esperaba una cama con dibujos eróticos sacados <strong>de</strong>l Kamasutra.<br />

Claudia comenzó a <strong>de</strong>svestirse y se quedó en una ropa interior roja<br />

insinuante que contrastaba con su cabellera rubia y sus ojos pardos. Nos<br />

tocamos, nos acariciamos y ella me ayudó a <strong>de</strong>snudarme entre risas y<br />

coqueteos que iban y venían <strong>de</strong> lado y lado. Tuve una erección completa,<br />

me puse el condón y, cuando estaba a punto <strong>de</strong> penetrarla, como si<br />

estuviera bajo el influjo <strong>de</strong> algún maleficio, sentí la presencia <strong>de</strong> Fanny<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la habitación, su cabellera negra, sus ojos negros vigilándome,<br />

censurándome cada contacto físico que tenía con ese cuerpo que también<br />

había sido <strong>de</strong> mi amigo <strong>de</strong> infancia. En lugar <strong>de</strong> alejarse, Fanny se fue<br />

acercando cada vez más hasta meterse <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> Claudia y<br />

apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> él. Ahora estaba ahí <strong>de</strong>ntro y sus ojos negros me miraban<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> ojos pardos <strong>de</strong> la otra. Perdí la erección, suspiré y caí <strong>de</strong>rrotado<br />

sobre el colchón.<br />

—Lo siento, creo que bebí <strong>de</strong>masiado —susurré con la cara hundida<br />

entre la almohada.<br />

—Pero si estabas perfecto, ¿qué te pasó? —me preguntó Claudia<br />

abrazándome y apretando su cuerpo <strong>de</strong>snudo contra el mío.<br />

—No estoy acostumbrado a beber.<br />

—¿Estás enamorado?<br />

—No lo sé.<br />

—Fresco, pue<strong>de</strong>s venir otro día o me llamas. Ahora te <strong>de</strong>jo mi celular.<br />

En efecto, unos minutos <strong>de</strong>spués, en la barra <strong>de</strong>l primer piso, en una<br />

tarjeta don<strong>de</strong> se le hacía propaganda al negocio anunciando que allí<br />

trabajaban “las chicas más bellas <strong>de</strong> América”, Claudia garrapateó su<br />

nombre y su teléfono celular.<br />

Entonces, <strong>de</strong> un modo misterioso, como una revelación súbita que me<br />

iluminaba la situación, tuve la certera intuición <strong>de</strong> que ella me había<br />

<strong>de</strong>jado en el hospital <strong>los</strong> sobres con las cartas <strong>de</strong> Alfonso. Estaba seguro, y<br />

la muy hipócrita se estaba haciendo la estúpida. Decidí <strong>de</strong>jar en claro que<br />

podía jugar <strong>los</strong> juegos que le diera la gana, pero qué yo no era un cretino<br />

<strong>de</strong>spistado al que iba a engañar a su antojo.<br />

—¿Por qué me mentiste? —le dije a bocajarro.<br />

—¿A qué te refieres?<br />

—Me dijiste que no habías vuelto a saber nada <strong>de</strong> Alfonso.<br />

www.lectulandia.com - Página 122

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