La melancolia de los feos - Mario Mendoza
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
invadir:<br />
—El mar es un llamado, un <strong>de</strong>stino que no po<strong>de</strong>mos eludir cuando ya<br />
hemos sido convocados. <strong>La</strong> gente habla <strong>de</strong>l mar como el origen y <strong>de</strong><br />
navegar como una sensación primaria, ancestral, pero he comprobado que<br />
no entien<strong>de</strong>n bien <strong>de</strong> qué están hablando. Repiten i<strong>de</strong>as que han<br />
escuchado. <strong>La</strong> verdad es que el hecho <strong>de</strong> vivir <strong>los</strong> primeros nueve meses<br />
entre una bolsa líquida marca nuestro inconsciente <strong>de</strong>spués en tierra.<br />
Estoy pensando que la madre es el primer vehículo, la primera prótesis<br />
que utilizamos para <strong>de</strong>splazamos. De hecho, la posición <strong>de</strong>l feto es<br />
extraña, se parece a un tripulante, a un buzo que viaja inmerso en su nave<br />
submarina. Si eso es correcto, <strong>de</strong>spués, cuando vamos en un tren, en un<br />
auto o en un avión, <strong>de</strong> manera inconsciente recordaríamos el útero, el<br />
primer receptáculo en el que nos <strong>de</strong>splazamos por el espacio. Y en ese<br />
sentido, <strong>los</strong> marinos seríamos seres privilegiados, pues <strong>de</strong>sarrollamos<br />
prótesis marítimas, acuáticas, y nos <strong>de</strong>splazamos por el mismo elemento<br />
original. Del útero al barco, <strong>de</strong>l líquido amniótico al gigantesco océano<br />
don<strong>de</strong> buscamos cumplir aventuras que nos lancen más allá <strong>de</strong> nosotros<br />
mismos, como cuando <strong>de</strong>cidimos salir por la vagina y enfrentar un<br />
elemento <strong>de</strong>sconocido. Todo aventurero rememora la máxima prueba:<br />
nacer, ir más allá, cruzar, extralimitarse. Navegamos en realidad para<br />
conquistar estados mentales <strong>de</strong>sconocidos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> nosotros mismos.<br />
Emma y yo estábamos mudos. <strong>La</strong>s palabras <strong>de</strong> Augusto nos tenían en<br />
un estado <strong>de</strong> trance hipnótico, como si nuestros cerebros se acabaran <strong>de</strong><br />
sintonizar en la misma frecuencia y no quisiéramos per<strong>de</strong>r la señal. El<br />
continuó pensando en voz alta:<br />
—Recuerdo que una noche mi esposa, aburrida por mis correrías<br />
marítimas, me dijo frente a mis dos hijos: “Tenés que elegir, tu familia o<br />
tu barco…”. ¿Te acordás, Emma? —Emma asintió—. Los niños estaban<br />
pequeños y yo, por supuesto, <strong>los</strong> adoraba. Y la adoraba a ella también. Sin<br />
embargo, no dudé en respon<strong>de</strong>rle: “Mi barco”. No pensé en las<br />
consecuencias <strong>de</strong> esa <strong>de</strong>cisión, que fueron tremendas y dolorosas. No<br />
calculé nada, no sopesé ni medí. Solo dije lo que el corazón me dictaba.<br />
Subí las escaleras, empaqué mis cosas y me fui esa misma noche. Llegué<br />
al embarca<strong>de</strong>ro y solté amarras. Me ubiqué en el centro <strong>de</strong> la corriente <strong>de</strong>l<br />
Río <strong>de</strong> la Plata y navegué en la madrugada frente a la ciudad. Una libertad<br />
animal, salvaje, me iba <strong>de</strong>vorando por <strong>de</strong>ntro y estallé en un ataque <strong>de</strong><br />
alegría súbita. Era verano y me <strong>de</strong>snudé totalmente. Buenos Aires estaba<br />
www.lectulandia.com - Página 105