La melancolia de los feos - Mario Mendoza
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.
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permanente, <strong>de</strong> angustia, <strong>de</strong> sudoración, <strong>de</strong> paranoia, <strong>de</strong> insomnio.<br />
Pasaba las noches durmiendo a pedazos, en lapsos <strong>de</strong> una hora o<br />
dos, y <strong>de</strong>spués me quedaba tres y cuatro horas <strong>de</strong>spierto, con fiebre,<br />
moviéndome en la cama <strong>de</strong> un lado para el otro, sudando a chorros<br />
hasta el punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar las sábanas y las fundas <strong>de</strong> las almohadas<br />
empapadas, como si las hubiera metido en la ducha.<br />
<strong>La</strong>s enfermeras me ayudaron mucho inyectándome sedantes,<br />
recetándome opiáceos por vía oral y acompañándome a veces en la<br />
habitación durante <strong>los</strong> ataques <strong>de</strong> pánico: veía un grupo <strong>de</strong> hombres<br />
por un corredor en penumbra que me perseguía con cuchil<strong>los</strong> en la<br />
mano y me <strong>de</strong>cía que me iba a <strong>de</strong>scuartizar para que aprendiera la<br />
lección completa. Yo huía, corría, eludía las cuchilladas, pero ya<br />
estaban a punto <strong>de</strong> darme cacería y alcanzaba a sentir las cortadas<br />
<strong>de</strong> sus armas en <strong>los</strong> antebrazos. También solía ver a un rey antiguo,<br />
persa o indio, que daba la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que me bajaran a un foso<br />
mugriento y pestilente don<strong>de</strong> solo habitaban ratas y alimañas que se<br />
me pegaban a la piel para succionarme. Yo rogaba, gritaba, imploraba<br />
clemencia, pero el rey permanecía impávido ante mis súplicas y yo<br />
continuaba <strong>de</strong>scendiendo en una canasta a esas vastas<br />
profundida<strong>de</strong>s don<strong>de</strong> seguramente moriría entre cucarachas, piojos y<br />
roedores que me <strong>de</strong>vorarían poco a poco disfrutando <strong>de</strong>l sabor <strong>de</strong> mi<br />
piel, <strong>de</strong> mi sangre y <strong>de</strong> mis múscu<strong>los</strong>. Luego abría <strong>los</strong> ojos, hacía un<br />
esfuerzo por levantarme <strong>de</strong> la cama y llegar hasta el baño para<br />
orinar o para echarme manotadas <strong>de</strong> agua en la cara y ahuyentar<br />
las pesadillas, y era entonces cuando me daba cuenta <strong>de</strong> que no<br />
estaba solo y que la enfermera <strong>de</strong> turno, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un sofá-cama, me<br />
<strong>de</strong>cía:<br />
—Tranquilo, su cuerpo se está <strong>de</strong>sintoxicando. Esta es la peor<br />
parte. Después se va a sentir como nuevo.<br />
Lo más grave era que mi estómago se negaba a procesar <strong>los</strong><br />
alimentos y me costaba mucho trabajo ingerir arroz, fritos y harinas<br />
<strong>de</strong> cualquier tipo. Los vomitaba o me quedaba con un malestar<br />
estomacal durante horas en mi habitación. También empecé a<br />
eyacular en las horas <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirar con escenas<br />
eróticas en las cuales yo era un protagonista audaz que solía<br />
acostarse con mujeres exuberantes que se abrían para mí mientras<br />
me <strong>de</strong>cían frases insinuantes y cariñosas. Esas poluciones nocturnas,<br />
cuando alguna enfermera estaba <strong>de</strong> turno cuidándome, me<br />
avergonzaban mucho porque me tocaba levantarme hasta el baño<br />
para lavarme y cambiarme <strong>de</strong> pijama. Era el cuerpo trabajando a<br />
toda máquina y exigiendo sus dosis <strong>de</strong> droga, sexo y alcohol,<br />
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