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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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—En mi condición nómada se podrá usted imaginar que no estoy para<br />

relaciones estables —dijo James disfrutando <strong>de</strong>l primer sorbo <strong>de</strong> un jarro<br />

<strong>de</strong> cerveza que la mesera acababa <strong>de</strong> servirnos.<br />

—No entiendo lo <strong>de</strong> tu nomadismo —comenté con naturalidad.<br />

—Estuve en el 2005 en New Orleans, en agosto. ¿Se acuerda usted?<br />

—No sé a qué te refieres.<br />

—Katrina, el huracán.<br />

—Ah, sí, claro, la noticia le dio la vuelta al mundo.<br />

—No, las agencias no dijeron toda la verdad. <strong>La</strong> ciudad no estaba<br />

preparada para una emergencia <strong>de</strong> ese calibre. El huracán <strong>de</strong>vastó las<br />

viviendas, inundó toda la ciudad, arrasó con edificios e instituciones y<br />

<strong>de</strong>jó a <strong>los</strong> sobrevivientes a la intemperie, sin agua, sin medicamentos y sin<br />

comida. No había cómo escapar porque varios kilómetros a la redonda<br />

estaban convertidos en lagos y charcos <strong>de</strong> varios metros <strong>de</strong> profundidad.<br />

Yo perdí a toda mi familia, incluidos mis abue<strong>los</strong>. Murieron mis amigos,<br />

mis vecinos, el barrio era un cementerio con cadáveres flotando por todas<br />

partes. Esos días comprendí la palabra Apocalipsis, entendí lo que<br />

significaba el fin <strong>de</strong>l mundo. Y ese fin no es cosa <strong>de</strong>l futuro, está aquí, ya<br />

llegó.<br />

En cualquier otra circunstancia, la historia <strong>de</strong> James me hubiera<br />

aburrido y no lo hubiera escuchado más allá <strong>de</strong> <strong>los</strong> primeros cinco<br />

minutos. Pero entendí bien que hacía parte <strong>de</strong> la tribu <strong>de</strong> Alfonso y que, <strong>de</strong><br />

pronto, si lograba enten<strong>de</strong>rlo a él, podría también compren<strong>de</strong>r <strong>los</strong><br />

intrincados hi<strong>los</strong> que movían a mi amigo. Por eso continué con la<br />

conversación y le pregunté:<br />

—¿Y esa experiencia qué tiene que ver con tu nomadismo?<br />

—Los primeros días <strong>de</strong> septiembre fueron terribles. No había dón<strong>de</strong><br />

albergar a <strong>los</strong> sobrevivientes, no había agua potable ni médicos ni<br />

alimentos, nada. <strong>La</strong> gente seguía muriendo. Aparecieron <strong>los</strong> primeros<br />

brotes <strong>de</strong> cólera, <strong>de</strong> fiebres virales y <strong>de</strong> hepatitis. De noche se escuchaban<br />

<strong>los</strong> gemidos <strong>de</strong> <strong>los</strong> enfermos, <strong>los</strong> lamentos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que sabían que no iban a<br />

alcanzar a llegar vivos a la mañana siguiente. <strong>La</strong> ciudad se convirtió en un<br />

espacio <strong>de</strong> terror, en una pesadilla que apestaba a cadáveres putrefactos y<br />

en cuyas calles uno se tropezaba a veces con uno que otro moribundo<br />

<strong>de</strong>ambulando con <strong>los</strong> ojos alucinados. No sabe usted lo que fue eso. No es<br />

posible imaginárselo si uno no lo vivió. Ningún periodista habló <strong>de</strong>l<br />

pánico que sentimos durante días y noches <strong>los</strong> sobrevivientes… Y<br />

www.lectulandia.com - Página 133

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