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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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eclamándome, presionándome y acorralándome para que cediera<br />

ante sus apetitos <strong>de</strong>saforados. Pero seguí luchando, negándome a ser<br />

<strong>de</strong>rrotado, resistiendo aun a costa <strong>de</strong> mi propia vida, porque en más<br />

<strong>de</strong> una ocasión se me ocurrió que no iba a aguantar y que estaba a<br />

punto <strong>de</strong> un infarto o <strong>de</strong> un <strong>de</strong>rrame cerebral.<br />

Pero pasé el umbral y, en efecto, a la tercera semana empecé a<br />

sentir que estaba al otro lado, que dormía mejor, que las pesadillas<br />

hablan <strong>de</strong>saparecido y que mi estómago digería mejor <strong>los</strong> alimentos<br />

<strong>de</strong>l día a día. Los sueños eróticos <strong>de</strong>saparecieron y mi cuerpo empezó<br />

a fortalecerse, a recuperarse <strong>de</strong>l ritmo vertiginoso y <strong>de</strong>structivo que<br />

yo le había impuesto <strong>de</strong> mala manera. Por primera vez en veinte<br />

días pu<strong>de</strong> sonreír y sentir con seguridad que la vida me iba a brindar<br />

una segunda oportunidad.<br />

Por <strong>los</strong> jardines <strong>de</strong> la clínica y en la sala <strong>de</strong> lectura solía<br />

encontrarme con una chica <strong>de</strong> unos veintitrés o veinticinco años,<br />

cuyo caso psiquiátrico, apenas me enteré por las enfermeras, me<br />

pareció curioso y salido <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s tradicionales que<br />

pa<strong>de</strong>cíamos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más. Ella se llamaba Ana Valencia y en principio<br />

<strong>los</strong> psiquiatras que la trataron creyeron que era una paciente bipolar.<br />

Después, un médico muy joven, leyendo unos cua<strong>de</strong>rnos en <strong>los</strong> que<br />

ella escribía todos <strong>los</strong> días, <strong>de</strong>scubrió que no, que sufría <strong>de</strong> un<br />

trastorno <strong>de</strong> personalidad múltiple y que solo una <strong>de</strong> esas<br />

personalida<strong>de</strong>s era la que sufría <strong>de</strong> bipolaridad. Algo insólito,<br />

realmente. Ana era en verdad cuatro mujeres: una <strong>de</strong> ellas era<br />

lesbiana, otra era un niña, que vivía en un mundo mítico <strong>de</strong> hadas y<br />

trasgos, otra era maníaco-<strong>de</strong>presiva y la última pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong><br />

vampirismo clínico. Los diarios mostraban esa fluctuación <strong>de</strong> una a<br />

otra, <strong>de</strong> un universo a otro.<br />

A la cuarta semana, cuando yo ya estaba bien <strong>de</strong> salud y<br />

durmiendo ocho horas todas las noches, me crucé con Ana en la sala<br />

<strong>de</strong> lectura. Ella tenía entre las manos Crónicas Marcianas <strong>de</strong> Ray<br />

Bradbury y yo estaba a punto <strong>de</strong> terminar un libro magnífico <strong>de</strong><br />

Álvaro Bisama, un chileno que me tenía capturado y sorprendido con<br />

su novela Música marciana. <strong>La</strong> similitud en <strong>los</strong> títu<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> libros<br />

fue como un guiño entre nosotros. Ana me saludó con una sonrisa y<br />

a <strong>los</strong> pocos minutos ya estábamos conversando muy animadamente.<br />

Era <strong>de</strong> una belleza clásica, como <strong>los</strong> perfiles que aparecen en <strong>los</strong><br />

medallones antiguos o como las esculturas griegas, con la nariz recta<br />

y <strong>los</strong> labios bien <strong>de</strong>lineados. Yo conocía a Bradbury <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mis años<br />

adolescentes y le hablé <strong>de</strong> Fahrenheit 451 y <strong>de</strong> otros <strong>de</strong> sus libros.<br />

Nos hicimos buenos amigos al darnos cuenta <strong>de</strong> que pertenecíamos a<br />

www.lectulandia.com - Página 93

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