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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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Unos días <strong>de</strong>spués, consulté en la Biblioteca Luis Ángel Arango el<br />

tema <strong>de</strong> San Brendan. Claudia recordaba o creía recordar que ese era el<br />

nombre con el cual estaba obsesionado Alfonso la última vez que lo había<br />

visto. En efecto, la historia existía y era apasionante. Encontré dos libros<br />

al respecto: la crónica medieval que hacía referencia al viaje <strong>de</strong> un monje<br />

irlandés hasta una Tierra Prometida, y la crónica <strong>de</strong> un marino llamado<br />

Tim Severin, quien, siguiendo paso a paso cada una <strong>de</strong> las indicaciones<br />

<strong>de</strong>l texto original, había construido un barco, lo había forrado con cuero,<br />

le había untado grasa animal y se había lanzado al mar hasta llegar a<br />

Terranova y comprobar que el antiguo monje era el primer hombre que<br />

había llegado a América <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Europa atravesando el Atlántico Norte.<br />

Si el viaje medieval era cierto, como lo aseguraba Severin y varios<br />

expertos <strong>de</strong> la National Geographic, San Brendan había llegado a América<br />

casi mil años antes que Colón y cuatrocientos antes que <strong>los</strong> vikingos. <strong>La</strong><br />

ruta elegida había sido la siguiente: salir <strong>de</strong> Irlanda hacia el norte y<br />

atravesar las Islas Hébridas; hacer una primera parada en las Islas Feroe;<br />

navegar hacia Islandia y hacer una segunda parada muy cerca <strong>de</strong><br />

Reykiavik; cruzar el estrecho <strong>de</strong> Dinamarca y bor<strong>de</strong>ar la costa <strong>de</strong><br />

Groenlandia; finalmente arribar a Terranova o a la península <strong>de</strong> <strong>La</strong>brador<br />

en la costa canadiense. Esa era la ruta que había cumplido Severin en<br />

1976 siguiendo las <strong>de</strong>scripciones medievales y el éxito <strong>de</strong> su hazaña le<br />

había dado la vuelta al mundo. Había viajado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Irlanda hasta América<br />

en una pequeña embarcación forrada con cuarenta y nueve cueros <strong>de</strong> buey,<br />

y cuyas correas, pellejos y ma<strong>de</strong>ra habían sido protegidas con grasa <strong>de</strong><br />

lana <strong>de</strong>rretida. Un barco hecho a la medida exacta <strong>de</strong> la crónica medieval.<br />

No era fácil <strong>de</strong>scubrir si Alfonso estaba preparando un viaje por el<br />

Atlántico (Claudia había dicho que tenía mapas caribeños extendidos<br />

sobre el piso y la cama), es <strong>de</strong>cir, un viaje influenciado por la historia <strong>de</strong>l<br />

santo irlandés, o si por el contrario estaba planeando un viaje en la línea<br />

<strong>de</strong> Vito Dumas, esto es, hacia el sur. Lo cierto es que tanto el monje como<br />

el argentino navegaban con una misma imagen en la cabeza: salvar el<br />

mundo, llegar a la Tierra Prometida o impedir que las atrocida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

Segunda Guerra se convirtieran en un mo<strong>de</strong>lo a seguir para las futuras<br />

generaciones. Viajar era sinónimo <strong>de</strong> una expurgación, <strong>de</strong> una purificación<br />

que la humanidad necesitaba para seguir a<strong>de</strong>lante. No obstante, el dato <strong>de</strong><br />

que <strong>los</strong> dos sobres traían estampillas ecuatorianas me indicaba que<br />

Alfonso se había inclinado más por la opción Dumas, por un viaje hacia el<br />

www.lectulandia.com - Página 124

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