La melancolia de los feos - Mario Mendoza
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.
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CAPÍTULO II<br />
−<br />
EL ENMASCARADO SE HUNDE EN EL FANGO<br />
1.<br />
A comienzos <strong>de</strong> febrero, en medio <strong>de</strong> aguaceros torrenciales, me llamó al<br />
hospital mi amiga Emma Joyce, una psicoanalista argentina <strong>de</strong> sesenta y<br />
cuatro años con quien yo había trabajado en un proyecto que involucraba<br />
a reinsertados <strong>de</strong> la guerrilla a la vida civil. Un proyecto por el cual <strong>los</strong><br />
organismos <strong>de</strong> inteligencia <strong>de</strong>l Estado nos habían investigado y revisado<br />
nuestras casas, como si fuéramos <strong>de</strong>lincuentes.<br />
Varios jóvenes habían concertado una marcha en contra <strong>de</strong>l secuestro y<br />
<strong>de</strong> la violencia ejercida por las FARC, y un mes <strong>de</strong>spués algunas ONG<br />
convocaron a marchar también por las víctimas <strong>de</strong> <strong>los</strong> paramilitares, por<br />
<strong>los</strong> <strong>de</strong>saparecidos, por <strong>los</strong> <strong>de</strong>splazados y por las víctimas <strong>de</strong> crímenes <strong>de</strong><br />
Estado. Emma me dijo que nos encontráramos en la Carrera Séptima con<br />
la Calle 39. Los ciudadanos se volcaron multitudinariamente y se tomaron<br />
las calles <strong>de</strong> Bogotá en un torrente incontrolable <strong>de</strong> camisetas blancas y <strong>de</strong><br />
pancartas que rechazaban todo tipo <strong>de</strong> violencia. Emma y yo marchamos<br />
juntos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Parque Nacional hasta la Plaza <strong>de</strong> Bolívar, don<strong>de</strong> casi no<br />
logramos entrar <strong>de</strong>bido a la congestión.<br />
Mientras caminábamos enredados entre la multitud, hablamos <strong>de</strong><br />
cuánto daño le había hecho al país el silencio <strong>de</strong> la sociedad civil. En<br />
algún momento, saliéndose <strong>de</strong> repente <strong>de</strong>l cauce <strong>de</strong> la conversación,<br />
Emma me contó que la Universidad <strong>de</strong> Buenos Aires le había pedido a un<br />
conferencista que supiera sobre nuevas adicciones, y que ella, sin<br />
consultarme, había sugerido mi nombre. Le respondí que le agra<strong>de</strong>cía<br />
mucho el gesto y que estaría pendiente <strong>de</strong> cualquier correo electrónico por<br />
parte <strong>de</strong> la universidad bonaerense.<br />
En las horas <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> regresé al hospital y revisé a dos <strong>de</strong> mis<br />
pacientes que estaban en estado crítico, pasando por un síndrome <strong>de</strong><br />
abstinencia severo. Luego llamé a Fanny y le conté anécdotas y<br />
pormenores acerca <strong>de</strong> la marcha. Durante algunas semanas nos habíamos<br />
visto en plan <strong>de</strong> buenos amigos y ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> dos había sido capaz<br />
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