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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
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Cuando estábamos a punto <strong>de</strong> terminar tercero <strong>de</strong> bachillerato,<br />

llegaste un sábado en la mañana cabizbajo y <strong>de</strong>primido.<br />

—¿Qué pasó? —te pregunté mientras me vestía <strong>de</strong> afán.<br />

—Mi papá se fue esta mañana <strong>de</strong> la casa —dijiste con una voz<br />

apagada que solo usabas en momentos críticos.<br />

—¿Otro viaje?<br />

—No, se fue <strong>de</strong>l todo, <strong>de</strong>finitivamente.<br />

—¿Va a vivir en otro lado?<br />

—Así parece. Anoche discutieron, se dieron cosas horribles y mi<br />

mamá lo abofeteó. Empacó su ropa, se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> nosotros, sacó el<br />

carro y se fue. Estoy seguro <strong>de</strong> que no va a volver.<br />

En las horas <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>scubrimos lo que había pasado: tu<br />

mamá le había encontrado unas fotos comprometedoras con una<br />

mujer aindiada, <strong>de</strong> baja estatura, muy joven, una amante, quizás, con<br />

la que tu padre compartía su vida durante sus largas correrías <strong>de</strong><br />

trabajo. Y ahí fue Troya. Tu madre lloraba <strong>de</strong>sconsolada, mal<strong>de</strong>cía y<br />

renegaba <strong>de</strong> un matrimonio que, según ella, lo único que le había<br />

traído era amargura y <strong>de</strong>solación.<br />

Nosotros sacamos a Fobos y nos fuimos a caminar al Parque<br />

Nacional. Recuerdo bien ese día porque casi no logramos regresar.<br />

Cuando estábamos por cruzar el caño <strong>de</strong> la Avenida 39, <strong>de</strong> uno <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> conductos subterráneos que atravesaban la Carrera Séptima<br />

aparecieron tres gamines mayores que nosotros, <strong>de</strong> unos quince o<br />

dieciséis años, y se nos plantaron al frente en una actitud<br />

presuntuosa y altanera qué buscaba intimidamos. Mi aspecto físico<br />

les produjo una sonrisa. Tú te quedaste como si nada, relajado, y yo<br />

intenté imitarte, pero no pu<strong>de</strong>. El miedo se me notaba. Fobos empezó<br />

a gruñir.<br />

—Queremos las chaquetas y <strong>los</strong> zapatos —nos or<strong>de</strong>nó el más<br />

gran<strong>de</strong> con una sonrisa <strong>de</strong> superioridad.<br />

—No son <strong>de</strong> su talla —dijiste con tu aplomo habitual.<br />

—Pilas, malparido, que no estamos para jueguitos —intervino otro<br />

que dio un paso al frente, y me señaló—. Si no quiere que el enano<br />

empiece a chillar.<br />

—Se llama Alfonso y no llora nunca —afirmaste tensionando un<br />

poco el cuerpo y preparándote para enfrentar<strong>los</strong>.<br />

El primer puñetazo <strong>los</strong> cogió por sorpresa. Yo nunca te había visto<br />

pelear y me puse muy nervioso. <strong>La</strong>s manos me temblaban. Fobos<br />

empezó a ladrar y a mostrar <strong>los</strong> dientes enfurecido.<br />

—¡Suelta el collar, Alfonso, suéltalo! —me or<strong>de</strong>naste mientras<br />

encarabas a patadas al segundo atracador.<br />

www.lectulandia.com - Página 39

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