12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Escasamente podía caminar. Pagué la cuenta y lo seguí <strong>de</strong> cerca.<br />

Cuando llegó al callejón don<strong>de</strong> vivía, se inclinó para buscar las llaves<br />

<strong>de</strong> la puerta y entonces le pegué con mi bastón en la cabeza. Un<br />

golpe seco, rotundo, que buscaba no privarlo <strong>de</strong>l conocimiento, sino<br />

<strong>de</strong>jarlo en el suelo sin posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Se arrastró por el<br />

suelo intuyendo quizás que <strong>los</strong> cartoneros <strong>de</strong>l barrio le iban a dar<br />

una paliza para robarlo. Lo golpeé varias veces más en la espalda, en<br />

las costillas, en las piernas. Me acaballé sobre él, siempre con el<br />

bastón en la mano, y le dije al oído:<br />

—Me alegro <strong>de</strong> no llevar su apellido, violador hijo <strong>de</strong> puta… No<br />

pensé que fuera un ser tan ruin, Cuéllar… Pensé matarlo para que<br />

pagara por lo que le hizo a mi madre. Pero ¿sabe qué? Le haría un<br />

favor. Y no, ya me di cuenta <strong>de</strong> que le faltan pelotas para pegarse un<br />

tiro o para colgarse <strong>de</strong> una viga. No tiene agallas. Así que le va a<br />

tocar seguir arrastrando esta vida apestosa que lleva. Este es un<br />

buen castigo para un <strong>de</strong>generado como usted. Ahí lo <strong>de</strong>jo en su<br />

pocilga…<br />

Lo golpeé una última vez en el costado <strong>de</strong>recho para que no se<br />

diera la vuelta y salí <strong>de</strong>spavorido aprovechando las sombras, las<br />

basuras y la soledad <strong>de</strong>l lugar a esa hora. En la esquina vi a un<br />

grupo <strong>de</strong> cantoneros aspirando pegante y fumando marihuana<br />

acurrucados alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> una fogata. Bajé a la Carrera 24 a coger un<br />

taxi. Cuando llegué a mi casa, una sensación <strong>de</strong> paz me embargó por<br />

completo: <strong>de</strong>jar a ese ser tan abyecto hundido en una arena<br />

movediza <strong>de</strong> la que no iba a po<strong>de</strong>r escaparse me regocijaba, me<br />

calmaba, me daba la sensación <strong>de</strong> que se estaba haciendo justicia. Mi<br />

madre estaba vengada, porque Cuéllar no había sido feliz nunca y<br />

porque al final <strong>de</strong> su vida estaba pagando la cuenta que tenía<br />

pendiente con nosotros, una cuenta larga cuyos intereses lo tenían<br />

ahorcado. Ahora yo podía dormir tranquilo y seguir con mi vida sin<br />

mirar hacia atrás.<br />

Quiero también explicarte una serie <strong>de</strong> impresiones que se fueron<br />

<strong>de</strong>sarrollando <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí <strong>de</strong> manera positiva <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Yo<br />

había visto que entre Cuéllar y yo había una zona en común, un<br />

territorio compartido que se lo <strong>de</strong>bíamos a la genética y que era<br />

imposible negar. <strong>La</strong> sordi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su vida, el alcohol, la melancolía, su<br />

tristeza pusilánime, ese retrato mediocre que era mi progenitor era<br />

también la base <strong>de</strong> mi propia personalidad. Cómo negarlo, viejo. El<br />

parecido saltaba a la vista. Pero también saltaban a la vista las<br />

diferencias y en ellas radicaba mi salvación: yo tenía sentido <strong>de</strong> la<br />

dignidad, <strong>de</strong> nobleza, y <strong>los</strong> libros que había leído <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño me<br />

www.lectulandia.com - Página 165

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!