12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

No sabes la tristeza tan gran<strong>de</strong> que me causó esa fuga secreta,<br />

viejo. Es cierto que andaba un poco indignado, pero mi inteligencia<br />

me indicó enseguida la imbecilidad <strong>de</strong> mis prejuicios. Imagínate,<br />

indignado yo, el enano jorobado que jugaba a ser machista cuando ni<br />

siquiera le había dado un beso a una, mujer, el monstruo asqueroso<br />

al que todo el mundo miraba con repulsión y que, sin embargo, se<br />

daba él mismo el lujo <strong>de</strong> segregar a otros… Qué actitud tan ridícula…<br />

¿Es que la sociedad no me había tratado con suficiente crueldad, con<br />

suficiente injusticia como para sensibilizarme y enseñarme que <strong>de</strong>bía<br />

solidarizarme con aquel<strong>los</strong> que eran como yo, que estaban al<br />

margen? Lo más normal es que yo hubiera no solo comprendido a mi<br />

tío, sino que me hubiera indignado exactamente por tpdo lo contrarío:<br />

por su soledad, por su aislamiento, por el hecho <strong>de</strong> haber tenido que<br />

llevar una doble vida, por la <strong>de</strong>sgracia que implicaba vivir entre<br />

seres hipócritas y falaces que perdonaban a <strong>los</strong> asesinos y genocidas,<br />

pero no a <strong>los</strong> maricones. Qué mierda, me había convertido en un<br />

censor <strong>de</strong> esa sociedad que a mí me escupía en mi propia cara <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

niño. Imagínate el absurdo: ahora era yo el que pisoteaba, el que<br />

miraba por encima <strong>de</strong>l hombro a otros, el que <strong>los</strong> señalaba con el<br />

<strong>de</strong>do y <strong>los</strong> con<strong>de</strong>naba a la hoguera o al exilio. ¿Para eso había leído<br />

tantos libros, para comportarme como cualquier beata moralista? Me<br />

dio pena <strong>de</strong> mí mismo. Pero ni modo, ya el mal estaba hecho y<br />

Humberto había preferido largarse bien lejos que tener que aguantar<br />

mi pataleta machista. Y se había portado como todo un padre,<br />

protegiéndome con un capital y pensando en mis futuros estudios.<br />

Yo, en su lugar, hubiera vendido la casa, me habría largado con mi<br />

amante a vivir en una casa junto al mar y hubiera <strong>de</strong>jado en la calle<br />

al juez contrahecho y barrigón que se creía muy hombrecito. <strong>La</strong><br />

había sacado barata, viejo.<br />

Escrituré la casa a mi nombre, pagué <strong>los</strong> impuestos<br />

correspondientes, registré <strong>los</strong> documentos y reuní a todos <strong>los</strong><br />

inquilinos para comunicarles que yo era el nuevo dueño y que<br />

esperaba un cumplimiento estricto en <strong>los</strong> pagos. Y empecé a hacerme<br />

cargo <strong>de</strong> mi vida a mis escasos dieciocho años <strong>de</strong> edad. Acababa <strong>de</strong><br />

estrenar la cédula <strong>de</strong> ciudadanía. No fue fácil, por supuesto. El solo<br />

hecho <strong>de</strong> tener que ir a una corporación bancaria a abrir una,<br />

cuenta, apren<strong>de</strong>r a pagar impuestos, encargarme <strong>de</strong> <strong>los</strong> arreg<strong>los</strong><br />

ocasionales que <strong>de</strong>mandaba la casa, hacer mercado y cancelarle su<br />

sueldo a la empleada, en fin, todo ese montaje insulso que implica la<br />

vida <strong>de</strong> adulto me obligó a salir <strong>de</strong> la cueva y a relacionarme con un<br />

mundo que yo aborrecía y temía. Y lo hice, aunque a regañadientes y<br />

www.lectulandia.com - Página 74

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!