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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí, hacía parte <strong>de</strong> mí y que me la había transmitido<br />

durante la gestación, a lo largo <strong>de</strong> esos nueve meses en <strong>los</strong> cuales yo<br />

había recibido por el cordón umbilical sus estados <strong>de</strong> ánimo<br />

<strong>de</strong>lirantes, sus <strong>de</strong>presiones, sus más grotescas pesadillas.<br />

Le conté al médico lo que yo creía: que Lucía había sido<br />

secuestrada, que la tenían en un sótano amarrada, que ella pensaba<br />

en mí y que me estaba enviando información telepática. El psiquiatra<br />

me recetó unos sedantes y unas gotas para dormir, me dijo que<br />

saliera un fin <strong>de</strong> semana a <strong>de</strong>scansar y que estaba pasando por una<br />

crisis <strong>de</strong> estrés. Tres días <strong>de</strong>spués volví a ser el mismo <strong>de</strong> siempre y<br />

me di cuenta <strong>de</strong> que había estado a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r mi luci<strong>de</strong>z para<br />

siempre. Eso me puso sobre aviso: yo era, tan frágil, tan vulnerable a<br />

nivel afectivo, que cualquiera podía hacerme un daño <strong>de</strong><br />

consecuencias irreparables con solo acercarse un poco a mí y<br />

<strong>de</strong>spués alejarse. No se necesitaba nada más para trastornarme. Así<br />

que tomé nota y me dije que en a<strong>de</strong>lante, como hacía la mayoría <strong>de</strong><br />

las personas, tenía que protegerme y tener cuidado para que no me<br />

volvieran a hacer daño <strong>de</strong> una manera tan simple y elemental.<br />

Mientras se <strong>de</strong>sarrollaba la historia con Lucía, yo hice algunas<br />

averiguaciones con respecto al hombre que tenía que encontrar: el<br />

doctor Cuéllar, médico pediatra. Ya no existía el consultorio en la<br />

Calle 74 ni sus padres vivían en la Autopista con la 85. Según <strong>los</strong><br />

primeros datos que conseguí gracias a celadores y vecinos, un grupo<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>lincuencia común que le vendía secuestrados a la guerrilla había<br />

capturado al padre <strong>de</strong>l doctor y luego <strong>de</strong> tres años <strong>de</strong> negociaciones,<br />

<strong>de</strong> idas y venidas, <strong>de</strong> pruebas <strong>de</strong> supervivencia y <strong>de</strong> llamadas con<br />

voces distorsionadas a la madrugada, habían pagado el rescate y <strong>los</strong><br />

secuestradores habían soltado al viejo en las afueras <strong>de</strong> Bogotá,<br />

saliendo <strong>de</strong> la ciudad por la Calle 80 hacia el occi<strong>de</strong>nte. Lo que<br />

regresaron fue un anciano <strong>de</strong>crépito y tembloroso, enfermo,<br />

<strong>de</strong>strozado psicológicamente por <strong>los</strong> tres años <strong>de</strong> encierro<br />

permanente en un sótano oscuro, enca<strong>de</strong>nado a un poste <strong>de</strong> cemento,<br />

comiendo como un animal y con la presión diaria <strong>de</strong> ser asesinado en<br />

cualquier momento con un disparo en la cabeza. Después <strong>de</strong> la<br />

liberación, el viejo había durado escasos seis meses y había muerto<br />

<strong>de</strong> un infarto. <strong>La</strong> familia había quedado en la calle y un año <strong>de</strong>spués<br />

la madre <strong>de</strong>l doctor Cuéllar, transida <strong>de</strong> dolor, había muerto <strong>de</strong> un<br />

cáncer que estaba ligado a <strong>los</strong> últimos años <strong>de</strong> penurias, amenazas,<br />

mensajes cifrados y dolor extremo. El doctor Cuéllar se había<br />

quedado sin un peso, huérfano y con dos due<strong>los</strong> al hombro.<br />

—Un caso muy sonado, jefe —me había dicho uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> celadores<br />

www.lectulandia.com - Página 161

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