La melancolia de los feos - Mario Mendoza
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
limitaciones.<br />
Hubo un silencio largo. Fanny estaba con la cabeza agarrada entre<br />
las manos. Yo continué:<br />
—O como Jesús. Él no sacó a ningún hebreo <strong>de</strong> las cárceles<br />
romanas ni liberó a su pueblo <strong>de</strong> la invasión. Y sin embargo nos<br />
salvó a todos.<br />
—Tú no has navegado en tu vida, Alfonso, no tienes ni i<strong>de</strong>a. Eso no<br />
es cuestión <strong>de</strong> libros ni <strong>de</strong> estudios, sino <strong>de</strong> práctica. Solo has visto el<br />
mar una vez en tu vida. No seas tan infantil, madura.<br />
Esa sola frase abrió una brecha insalvable entre Fanny y yo. Me<br />
di cuenta <strong>de</strong> que si seguía con ella iba a terminar casado y con un<br />
bebé en el primer piso <strong>de</strong>l caserón, cambiando pañales y comprando<br />
biberones. El monstruo transformado en niñera. No, no podía ser que<br />
Magallanes terminara siendo para mí solo un sueño, una imagen<br />
vacía, sin materialidad alguna. En esa misma discusión, con un dolor<br />
muy gran<strong>de</strong> atravesándome el estómago, afirmé:<br />
—No pue<strong>de</strong>s exigirme qué <strong>de</strong>be ser mi vida y qué no. Espero que lo<br />
entiendas, Fanny. Como yo tampoco puedo <strong>de</strong>cirte que no hagas una<br />
familia ni que tengas hijos. Así que lo mejor es que cada cual haga su<br />
vida como quiera.<br />
—¿Me estás diciendo que terminemos, que <strong>de</strong>jemos <strong>de</strong> vernos?<br />
Sabía que <strong>de</strong> esa respuesta <strong>de</strong>pendía mi vida:<br />
—Sí —dije sin dudarlo. Y cómo no pensar en ese momento en el<br />
Hombre Murciélago alejándose <strong>de</strong> Talia, la hija <strong>de</strong> su peor enemigo,<br />
Ras Al Ghul.<br />
En ese instante sellé mi <strong>de</strong>stino, viejo. Tuve conciencia <strong>de</strong> pasar<br />
un punto <strong>de</strong> no retorno. Después vendí la pensión en una cifra para<br />
nada <strong>de</strong>spreciable y le compré a Fanny una casa pequeña en el<br />
barrio Quiroga. Fue una manera <strong>de</strong> protegerla (así como lo había<br />
hecho Humberto conmigo) y <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarle que sí algún día salía<br />
bien librado <strong>de</strong> mi aventura, regresaría a esa casa como el único<br />
lugar don<strong>de</strong> podría sentirme a gusto y en paz, una Itaca como punto<br />
final <strong>de</strong>l recorrido. Y ella aceptó a regañadientes. Pero ambos<br />
sabíamos que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella discusión algo había quedado claro: que<br />
no me quedaría a su lado. De hecho, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa pelea en a<strong>de</strong>lante no<br />
volvimos a acostarnos juntos. Ella firmó las escrituras <strong>de</strong> la casa, yo<br />
le pagué <strong>los</strong> impuestos y le mandé todo por correo. No quería que nos<br />
hiciéramos más daño. Y, para serte sincero, tampoco me sentí capaz<br />
<strong>de</strong> darle un último abrazo y <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle adiós cara a cara. Me faltaron<br />
fuerzas para ello.<br />
Ahora quiero explicarte algo que ya habrás intuido y que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tu<br />
www.lectulandia.com - Página 168