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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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atrofiado para siempre y la había <strong>de</strong>jado a la <strong>de</strong>riva, abandonada en<br />

una especie <strong>de</strong> presente continuo en el que era imposible precisar las<br />

acciones que habían sucedido apenas quince o veinte minutos atrás.<br />

Me daba <strong>los</strong> buenos días tres y cuatro veces en las horas <strong>de</strong> la<br />

mañana, no sabía en qué día <strong>de</strong> la semana estábamos y no sé si<br />

recuer<strong>de</strong>s que a ti te confundía con su único sobrino que vivía en<br />

Estados Unidos y te saludaba diciéndote:<br />

—Hola, René, dile a tu mamá que pase por la tar<strong>de</strong> a tomar onces<br />

conmigo, que no sea ingrata con su hermana.<br />

Tú y yo nos mirábamos sin enten<strong>de</strong>r nada y luego subíamos las<br />

escaleras corriendo muertos <strong>de</strong> la risa. El problema es que con el<br />

tiempo la atrofia fue creciendo y la abuela terminó perdiendo<br />

también otras faculta<strong>de</strong>s: no sabía quién era quién y mezclaba <strong>los</strong><br />

nombres y las i<strong>de</strong>ntida<strong>de</strong>s como si estuviera viviendo en una película<br />

<strong>de</strong> su propia vida cuarenta o cincuenta años atrás. Pobre abuela, se<br />

fue quedando atrapada en una dimensión propia, lejos <strong>de</strong>l tío y <strong>de</strong> mí,<br />

que la queríamos tanto.<br />

Lo grave <strong>de</strong> su salud es que ya no podía bañarse sola ni comer<br />

sola (la mano le temblaba y la comida quedaba esparcida por su<br />

pecho), ni salir a la calle sola. Se fue haciendo evi<strong>de</strong>nte cada vez más<br />

que necesitaba ayuda profesional. El tío terminó por buscar una<br />

institución para ancianos don<strong>de</strong> la cuidaran y la atendieran como ella<br />

se merecía. Se la llevaron una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> lluvia en una ambulancia.<br />

Una semana <strong>de</strong>spués era mi cumpleaños y nadie lo recordó. Extrañé<br />

como nunca su torta y el almuerzo especial en el que yo participaba<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las horas <strong>de</strong> la mañana. De alguna manera, el cariño <strong>de</strong> la<br />

abuela había sido mi único contacto real con lo que podía ser el<br />

afecto femenino, el amor <strong>de</strong> madre <strong>de</strong>l que siempre viví tan<br />

necesitado. Des<strong>de</strong> el primer día, supe que en esa ambulancia se<br />

habían llevado la cuota mínima <strong>de</strong> calor humano que yo había<br />

necesitado para sostenerme en pie durante mi primera infancia.<br />

<strong>La</strong> visité solo una vez en la institución, pero ni siquiera me<br />

reconoció y me quedé peor que antes: nadie me quería, nadie me<br />

extrañaba, a nadie le hacía falta. No sé si alguna vez has sentido algo<br />

similar, pero es <strong>de</strong>moledor. Te das cuenta <strong>de</strong> que en todo el planeta<br />

no hay una sola persona para la cual tu presencia sea algo<br />

fundamental. Si te murieras mañana, todo seguiría igual. No sirves<br />

para nada, no eres útil, nadie te estima ni te quiere. <strong>La</strong> abuela murió<br />

tres meses <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un infarto que la <strong>de</strong>jó fulminada en la cama<br />

<strong>de</strong> su nueva habitación.<br />

El tío se mudó al segundo piso y arrendaron el primero como si<br />

www.lectulandia.com - Página 41

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