La melancolia de los feos - Mario Mendoza
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.
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Toqué el timbre y me abrió la puerta una mujer joven todavía, <strong>de</strong> piel<br />
acanelada, cabello negro tinturado y unos ojos oscuros almendrados.<br />
—¿Sí? —dijo con la misma voz <strong>de</strong>l teléfono.<br />
—Fanny, le ruego que me escuche unos minutos —dije en tono <strong>de</strong><br />
súplica—. Soy León Soler, el mismo que la llamó hace poco. Cualquier<br />
dato que usted me dé sobre Alfonso, yo se lo agra<strong>de</strong>ceré mucho. Por<br />
favor…<br />
<strong>La</strong> mujer me auscultó con <strong>de</strong>sconfianza.<br />
—Por favor… —repetí—. Dejé mi trabajo en el hospital solo para<br />
venir a hablar con usted.<br />
Al fin cedió y tomó aire en un suspiro largo.<br />
—Está bien, siga —dijo en un tono <strong>de</strong> resignación.<br />
Como lo había imaginado, <strong>los</strong> muebles eran baratos, <strong>los</strong> cuadros <strong>de</strong> las<br />
pare<strong>de</strong>s eran representaciones vulgares <strong>de</strong> escenas populares (un ven<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> fruta callejero, un atar<strong>de</strong>cer marítimo en un pueblo caribeño, un retrato<br />
<strong>de</strong> un campesino <strong>de</strong> la sabana <strong>de</strong> Bogotá), no había lujos ni <strong>de</strong>coraciones<br />
costosas, pero todo estaba muy limpio y en or<strong>de</strong>n. Recordé una frase <strong>de</strong><br />
Borges que <strong>de</strong>finía a la perfección lo que estaba observando: <strong>La</strong> dignidad<br />
<strong>de</strong> la <strong>de</strong>cencia pobre.<br />
Saqué la carta <strong>de</strong> Alfonso y se la mostré a Fanny.<br />
—<strong>La</strong> recibí así, sin remitente y sin datos <strong>de</strong> él —le expliqué a manera<br />
<strong>de</strong> justificación.<br />
Fanny la ojeó y asintió.<br />
—Sí, es su letra —dictaminó con seriedad—. Lo que no entiendo es<br />
cómo llegó hasta aquí, quién le habló <strong>de</strong> mí.<br />
—Fui hasta la antigua casa <strong>de</strong> Alfonso y el nuevo dueño se acordaba<br />
<strong>de</strong> usted y <strong>de</strong> su nombre. <strong>La</strong> busqué en el directorio telefónico, <strong>de</strong>scarté<br />
otras opciones, hasta que por fin la encontré.<br />
—¿Y qué es lo que quiere?<br />
—Ya le dije. Cualquier cosa que pueda <strong>de</strong>cirme <strong>de</strong> Alfonso se la<br />
agra<strong>de</strong>cería mucho. No sé por dón<strong>de</strong> empezar a buscarlo.<br />
—Si él quisiera entrevistarse con usted le hubiera mandado sus datos<br />
—sentenció Fanny con esa dulzura glacial que la caracterizaba.<br />
—No sé, temo que le haya pasado algo o que vaya a cometer alguna<br />
locura —dije mientras buscaba en la carta un párrafo concreto y leía el<br />
apartado en voz alta—: Solo que necesito revisar paso a paso cada uno <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> momentos <strong>de</strong> mi vida, observar<strong>los</strong> con lupa para precisar <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles<br />
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