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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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más bien un feto maloliente al que habían arrojado a las malas en algún<br />

rincón oscuro don<strong>de</strong> nadie pudiera ser testigo <strong>de</strong> la vergüenza.<br />

Eso era lo que Alfonso no sabía: que algo nos unía, que éramos como<br />

dos geme<strong>los</strong> malditos a <strong>los</strong> cuales el <strong>de</strong>stino había castigado con<br />

existencias similares. Nunca le conté mi historia, pero lo consi<strong>de</strong>raba mi<br />

hermano, el único que pa<strong>de</strong>cía una vida paralela a la mía.<br />

Al día siguiente, un poco más recuperado, empecé a buscar datos y<br />

rastros <strong>de</strong> Fanny Restrepo, la mujer con la que se había ido Alfonso<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la venta <strong>de</strong> la casa. En el directorio telefónico aparecían trece<br />

mujeres con ese nombre y ese apellido. Como no sabía el segundo<br />

apellido, empecé a llamarlas una por una. Dos estaban ya muertas, tres<br />

eran señoras <strong>de</strong> edad bien acomodadas, una se había ido a vivir a Estados<br />

Unidos, seis ya no vivían en las casas que estaban registradas en el<br />

directorio, y la última vivía en el sur <strong>de</strong> la ciudad, en una casita mo<strong>de</strong>sta<br />

<strong>de</strong>l barrio Quiroga, cerca <strong>de</strong> la Calle 40 Sur y dos cuadras abajo <strong>de</strong> la<br />

Avenida Caracas. Des<strong>de</strong> el primer momento supe que era ella. Cuando<br />

escuchó el nombre <strong>de</strong> Alfonso se quedó callada y un silencio <strong>de</strong> varios<br />

segundos invadió la línea telefónica. No sabía qué contestar.<br />

—Soy un viejo amigo —le expliqué para calmarla—. El me escribió,<br />

pero no tengo sus datos para contestarle.<br />

—Hace tiempos que no sé nada <strong>de</strong> él, lo siento —dijo con una<br />

gravedad triste, y colgó.<br />

No fui capaz <strong>de</strong> volver a llamarla y <strong>de</strong>cidí que lo mejor era copiar la<br />

dirección e ir hasta su casa para intercambiar con ella un par <strong>de</strong> palabras.<br />

Metí la carta <strong>de</strong> Alfonso entre la chaqueta, salí <strong>de</strong>l hospital al final <strong>de</strong> la<br />

jornada y me dirigí en mi carro en busca <strong>de</strong> esa mujer enigmática que<br />

seguramente había conocido a Alfonso mejor que yo. Seguí la línea <strong>de</strong><br />

Transmilenio hasta la Calle 40 Sur y <strong>de</strong>spués torcí a la <strong>de</strong>recha. Siempre<br />

me habían gustado esos callejones peatonales diminutos <strong>de</strong>l barrio<br />

Quiroga por don<strong>de</strong> caminaban <strong>los</strong> resi<strong>de</strong>ntes tranquilamente sin<br />

preocuparse <strong>de</strong> carros ni semáforos. Di con la dirección y parqueé el carro<br />

en una bahía cercana. Era una casa esquinera pequeña, <strong>de</strong> ladrillo y tejas<br />

<strong>de</strong> Eternit, con un jardín <strong>de</strong> rosas escuálido a la entrada y una barda <strong>de</strong><br />

cemento que servía <strong>de</strong> protección Se notaba la falta <strong>de</strong> recursos, pero<br />

también el esmero por sostener la propiedad limpia y bien presentada. En<br />

la calle, irnos colegiales jugaban micro-fútbol entre gritos y risas <strong>de</strong><br />

camara<strong>de</strong>ría.<br />

www.lectulandia.com - Página 53

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