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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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estremeció.<br />

Finalmente, arranqué un manotón <strong>de</strong> pasto, me lo metí en la boca y lo<br />

mastiqué. ¡Qué impactante era el sabor <strong>de</strong>l mundo! El ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

naturaleza, la clorofila se mezclaba con mi saliva y me generaba un placer<br />

in<strong>de</strong>scriptible, como si estuviera probando un sofisticado manjar<br />

preparado por cocineros expertos. Y me eché a llorar emocionado,<br />

conmovido, sorprendido <strong>de</strong> no haber sentido nunca la realidad en la que<br />

había vivido por cuatro décadas. ¿Dón<strong>de</strong> había estado metido? ¿Qué tipo<br />

<strong>de</strong> encantamiento o <strong>de</strong> maleficio me había mantenido tullido, ciego, sordo,<br />

como si fuera un pedazo <strong>de</strong> materia inerte e insensible? ¿Por qué no había<br />

sido capaz <strong>de</strong> percibir la fuerza y la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> todo lo que me ro<strong>de</strong>aba?<br />

Continuaba <strong>de</strong> rodillas junto al árbol y no paraba <strong>de</strong> llorar. Y por entre<br />

las tinieblas <strong>de</strong> mi mente emocionada, comprendí que no importaba en<br />

absoluto <strong>de</strong> quién era hijo, que no me interesaba quién me había entregado<br />

en ese orfanato <strong>de</strong> monjas bienintencionadas. No era relevante el nombre<br />

<strong>de</strong> mi padre biológico, conocer su estatura o el color <strong>de</strong> sus ojos; era<br />

intrascen<strong>de</strong>nte saber quién era mi madre, si se trataba <strong>de</strong> una joven<br />

humil<strong>de</strong>, quizás una prostituta, o si era hijo <strong>de</strong> una mujer adinerada y<br />

culta. A diferencia <strong>de</strong> una abeja o una polilla, nosotros no estamos<br />

con<strong>de</strong>nados a repetir la información transmitida en el código genético.<br />

Elegimos, modificamos la conducta, inventamos y reinventamos la vida a<br />

cada paso. Somos hijos <strong>de</strong> nuestras i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> nuestra voluntad, <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

afectos que seleccionamos entre las mil posibilida<strong>de</strong>s que la inmediatez<br />

nos brinda. No somos hijos solamente <strong>de</strong> la materia, sino <strong>de</strong> la conciencia.<br />

¿Qué importancia tenía quién me había engendrado? Somos hijos <strong>de</strong><br />

aquel<strong>los</strong> que nos aman, que nos estiman <strong>de</strong> verdad, que nos respetan.<br />

Nuestra auténtica familia no son aquel<strong>los</strong> con <strong>los</strong> que compartimos lazos<br />

<strong>de</strong> sangre, sino aquel<strong>los</strong> que elegimos en el largo camino <strong>de</strong> la vida. Ese<br />

era el sentido <strong>de</strong> la amistad, <strong>de</strong> la solidaridad, <strong>de</strong>l amor: crear fraternidad,<br />

vasos comunicantes con nuestros congéneres.<br />

Fue un momento <strong>de</strong> una luci<strong>de</strong>z que me quitó el aliento. A diferencia<br />

<strong>de</strong> Alfonso, a quien la pregunta por sus orígenes lo había obsesionado, a<br />

mí esos dos rostros que estaban perdidos en la oscuridad <strong>de</strong> mi pasado<br />

más remoto me tenían sin cuidado. No nacemos el día que alguien nos<br />

arroja al mundo entre estertores y líquidos sanguinolentos. Ese parto físico<br />

es insignificante y fútil. Nacemos el día en que nos parimos a nosotros<br />

mismos, el día que nacemos psíquicamente. Ese es el auténtico Ulises que<br />

www.lectulandia.com - Página 183

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