12.09.2018 Views

La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

implicarlo. Yo recordaba bastante bien al <strong>de</strong>tenido, tendría unos<br />

veinte años y era muy amable conmigo. Un día me había dicho:<br />

—Cualquier tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> estas te enseño historia <strong>de</strong> Colombia. No la<br />

que enseñan en <strong>los</strong> colegios, sino la <strong>de</strong> verdad, la <strong>de</strong> cómo se han<br />

robado este país <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio.<br />

A <strong>los</strong> pocos minutos <strong>de</strong> la <strong>de</strong>tención, la abuela llamó a <strong>los</strong> padres<br />

y les comunicó que su hijo había sido capturado por la policía y que<br />

por, favor pasaran por la casa a recoger sus efectos personales.<br />

Durante días no se habló <strong>de</strong> nada más en la casa. ¿Recuerdas que tú<br />

llegaste en las horas <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, otra vez con tu morral lleno <strong>de</strong><br />

libros e historietas, y que me contaste que habías visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

esquina el operativo porque <strong>los</strong> vecinos se habían pasado la voz unos<br />

a otros? Incluso me hiciste una broma pesada:<br />

—Yo pensé que habían llegado por ti y que me iba a tocar llevarte<br />

<strong>los</strong> Tintines a la cárcel —dijiste con una <strong>de</strong> tus acostumbradas<br />

sonrisas <strong>de</strong> sarcasmo.<br />

—No me extrañaría —dije retándote un poco—. Ser feo y <strong>de</strong>forme<br />

parece un crimen.<br />

Hasta ese momento, yo pensé que en la casa tanto mi abuela<br />

como mi tío me tenían vigilado y que vivían pendientes <strong>de</strong> mí. No me<br />

habían or<strong>de</strong>nado nunca que no saliera a la calle, pero como el<strong>los</strong><br />

mismos casi nunca me sacaban, yo <strong>de</strong>duje que salir no era una<br />

acción bien vista para el caso mío. De ahí ese encierro carcelario.<br />

Pero no, en la medida en que tú y yo nos fuimos acercando cada día<br />

más, empecé a notar que no les importaba saber dón<strong>de</strong> estaba ni con<br />

quién. Tú entrabas y salías <strong>de</strong> mi casa sin que el<strong>los</strong> se dieran cuenta,<br />

y tengo muy presente la primera vez que me dijiste:<br />

—Vamos hasta la pana<strong>de</strong>ría, te invito una gaseosa.<br />

Una cosa era que te atrevieras a hablar y a jugar conmigo, pero<br />

<strong>de</strong> ahí a salir a la calle y caminar a mi lado había mucho trecho. No<br />

supe qué contestarte. En primer lugar, creía que mi abuela y mi tío<br />

me iban a recriminar esa salida, y que incluso podía costarme un<br />

castigo o una prohibición (no verte <strong>de</strong> nuevo, por ejemplo). En<br />

segundo lugar, tenía miedo <strong>de</strong> que la gente <strong>de</strong>cidiera apedrearme o<br />

algo por el estilo, y que tú te vieras involucrado o que corrieras<br />

peligro también. Sin embargo, al verte ahí parado en las escalinatas,<br />

con esa actitud tan tuya <strong>de</strong> <strong>de</strong>sparpajo irreverente, <strong>de</strong>cidí jugármela<br />

toda.<br />

—Listo, vamos. Pero yo no tengo un peso.<br />

—Fresco, tú invitas la próxima.<br />

Caminamos por la Carrera Octava hacia el sur y luego bajamos<br />

www.lectulandia.com - Página 33

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!