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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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<strong>de</strong>sagradable. Todas eran dulces, <strong>de</strong>centes, y en el momento <strong>de</strong>l acto<br />

sexual procuraban ayudarme para que me sintiera cómodo con ellas.<br />

Pero hasta entonces yo <strong>de</strong>sconocía lo que era conquistar a una mujer<br />

o sencillamente dormir con ella. Siempre estaba la escena <strong>de</strong> la plata,<br />

las gracias, el beso en la mejilla y hasta luego. Y la soledad regresaba<br />

entonces a apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> esa casa siniestra que ya me empezaba a<br />

pesar como si fuera un féretro gigantesco.<br />

Una tar<strong>de</strong> llamé a uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> teléfonos que prestaba el servicio <strong>de</strong><br />

acompañantes y pedí una joven. Di las aclaraciones <strong>de</strong> siempre y<br />

expliqué que cualquiera que aceptara estaba bien. Un hombre como<br />

yo no se pue<strong>de</strong> poner muy exigente en este punto, porque <strong>de</strong> lo<br />

contrario tendrá que acudir para siempre a la masturbación. Me<br />

enviaron a una mujer <strong>de</strong> unos veintiocho o veintinueve años, alta, <strong>de</strong><br />

piernas y ca<strong>de</strong>ras generosas, caribeña, <strong>de</strong> una ternura salida <strong>de</strong> lo<br />

normal. Con una sonrisa me dio un beso en la mejilla y me dijo:<br />

“Lucía Robles, para servirte, corazón”. Me preguntó qué eran todos<br />

esos mapas que estaban <strong>de</strong>splegados por mi habitación, por qué<br />

había tantos diseños y dibujos <strong>de</strong> barcos, y le conté que estaba<br />

pensando diseñar mi propia embarcación para lanzarme a una<br />

aventura <strong>de</strong> muchos meses en alta mar. Esa tar<strong>de</strong>, Lucia me entregó<br />

tanta dulzura que yo creí que no podía ser verdad semejante<br />

<strong>de</strong>spliegue <strong>de</strong> cariño en un encuentro don<strong>de</strong> las reglas estaban<br />

claras, es <strong>de</strong>cir, don<strong>de</strong> se trataba <strong>de</strong> un negocio y ya está, y no sabía<br />

cómo <strong>de</strong>cirle que no se esforzara más en aparentar lo que en<br />

realidad no sentía. Menos mal que no lo hice, porque el tiempo seguía<br />

pasando y Lucía no se iba. Hizo, a<strong>de</strong>más, lo que ninguna <strong>de</strong> sus<br />

pre<strong>de</strong>cesoras había hecho: me pidió bañarme con ella. Por primera<br />

vez entré al baño y no me dio vergüenza ducharme con una mujer.<br />

Me pareció un instante maravil<strong>los</strong>o y disfruté cada caricia, cada<br />

<strong>de</strong>slizamiento <strong>de</strong>l jabón por nuestros cuerpos, cada broma que nos<br />

hicimos mientras el agua nos corría a chorros por la piel recién<br />

refregada. Me pareció una escena infantil, como <strong>de</strong> dos niños jugando<br />

con una manguera en una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> verano. Sentí una inmensa<br />

alegría cuando estábamos secándonos con las toallas y miré el reloj<br />

en un gesto <strong>de</strong>sprevenido para indicarle a Lucía que no quería<br />

abusar <strong>de</strong> su tiempo y que comprendía perfectamente que ya el<br />

tiempo se había acabado.<br />

—¿Tienes afán, corazón? —me preguntó mientras se secaba la nuca<br />

y la espalda.<br />

—No, cómo se te ocurre. Yo me la paso todo el día aquí encerrado,<br />

estudiando mis diseños. Pensaba en ti, en que no tengo cómo pagarte<br />

www.lectulandia.com - Página 159

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