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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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y que amaba armarlo y <strong>de</strong>sarmarlo a lo largo <strong>de</strong> <strong>los</strong> años. Cada<br />

tomillo y caña tuerca habían sido puestos allí con una <strong>de</strong>dicación casi<br />

religiosa. A<strong>de</strong>más, su mayor placer era sacar su cacharro e irse por<br />

ahí manejando <strong>de</strong> calle en calle sin propósito alguno. Muchas veces<br />

yo lo había acompañado en esos largos perip<strong>los</strong> por la ciudad.<br />

Viajábamos en silencio, sin <strong>de</strong>cirnos nada, y a <strong>los</strong> pocos minutos yo<br />

<strong>de</strong>scubría que no íbamos para ninguna parte, que no teníamos<br />

<strong>de</strong>stino, y que el objetivo <strong>de</strong> nuestro <strong>de</strong>splazamiento era<br />

sencillamente el placer <strong>de</strong> estar en movimiento, rodando <strong>de</strong> calle en<br />

calle, libres, in<strong>de</strong>pendientes, nómadas. Cuando llegábamos <strong>de</strong> regreso<br />

a casa a altas horas <strong>de</strong> la noche, ambos estábamos sonrientes y<br />

sabíamos que habíamos compartido un secreto: el hecho <strong>de</strong> ser<br />

tripulantes que recorren la oscuridad en silencio mientras afuera <strong>de</strong><br />

la nave todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más se mueven bajo coor<strong>de</strong>nadas<br />

preestablecidas.<br />

Por estas razones era increíble que Humberto hubiera tomado la<br />

<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r su carro. Y no lo hizo como todo el mundo,<br />

poniendo un aviso en el periódico, sino que llamó a un amigo<br />

mecánico y le dijo que por favor le ayudara a ven<strong>de</strong>r su viejo<br />

Renault 6, que el precio era lo <strong>de</strong> menos, que necesitaba salir <strong>de</strong> él<br />

cuanto antes. Yo lo había visto la noche anterior sudando, con el<br />

rostro encendido, congestionado y a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

nervios. Le costaba trabajo controlarse. Había metido el carro en el<br />

garaje <strong>de</strong> afán, luego había echado un vistazo para ver si alguien lo<br />

estaba siguiendo, y <strong>de</strong>spués, respirando con dificultad y balbuciendo<br />

frases en voz baja, había cerrado las puertas con seguro.<br />

¿Qué le pasó esa noche a Humberto? Nunca lo supimos, pero no<br />

era difícil imaginarse la escena: quizás se había tomado una cerveza<br />

<strong>de</strong> más y en alguna esquina o en cualquier calle mal iluminada había<br />

surgido <strong>de</strong> repente otro auto o un transeúnte que cruzaba la calle<br />

<strong>de</strong>sprevenido, y pum, el viejo cacharro se había convertido en un<br />

arma mortal. ¿Había un muerto o varios? ¿Había quedado algún<br />

sobreviviente, tal vez cojo, mutilado o en silla <strong>de</strong> ruedas? Él jamás<br />

comentó una sola palabra sobre el asunto. Lo que sí fue muy notorio<br />

es que a partir <strong>de</strong> esa noche una culpa pesada y <strong>de</strong>nsa se lo fue<br />

carcomiendo lentamente hasta convertirlo en un zombie que andaba<br />

por <strong>los</strong> pisos <strong>de</strong> la casa sin darse cuenta <strong>de</strong> lo que sucedía a su<br />

alre<strong>de</strong>dor. <strong>La</strong> abuela solía <strong>de</strong>cir con <strong>los</strong> brazos en alto: “Lo que me<br />

faltaba. Otro loquito en esta familia”.<br />

Como es apenas obvio, mis fugas nocturnas en el Renault <strong>de</strong> mi<br />

tío se terminaron y las idas al parque también. El mundo se redujo<br />

www.lectulandia.com - Página 21

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