La melancolia de los feos - Mario Mendoza
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.
León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
la vitalidad suficiente como para seguir a<strong>de</strong>lante.<br />
—¿Cómo se llamaba ese hombre, Humberto? —le pregunté a mi tío<br />
con la voz fría, glacial.<br />
—No tiene importancia, créeme, es posible incluso que esté muerto<br />
—me respondió él nervioso, percibiendo quizás en mi voz una<br />
corriente secreta <strong>de</strong> ira contenida.<br />
—No nos vamos a <strong>de</strong>spedir con cuentas pendientes entre nosotros<br />
—le dije intentando una sonrisa falsa que se quedó a medio camino—.<br />
No sería justo. Quiero que si nos volvemos a encontrar, no haya nada<br />
que ensucie nuestro afecto.<br />
—¿Qué piensas hacer? —me preguntó él auscultando muy <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> mí esas intenciones que yo escondía con habilidad teatral.<br />
—Nada, no pienso hacer nada. Pero creo que tengo <strong>de</strong>recho a saber<br />
el nombre <strong>de</strong>l individuo que me trajo al mundo. No importa cómo lo<br />
hizo, pero si estoy aquí es en parte por ese hombre. Al menos creo<br />
tener más <strong>de</strong>recho que tú a saber quién es ese individuo. Te lo digo<br />
sin rabia, en serio, solo para que entiendas que no pue<strong>de</strong>s callarte,<br />
que si lo haces estarías cometiendo una injusticia. Y creo que ya es<br />
suficiente con todas las que he tenido que soportar como para que<br />
hoy también tú <strong>de</strong>cidas herirme y ofen<strong>de</strong>rme.<br />
<strong>La</strong>s últimas palabras calaron <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi tío porque vi cómo su<br />
cara se transformaba en una mueca <strong>de</strong> hastío, como si ya no pudiera<br />
seguir cargando más ese nombre que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora me pertenecía a<br />
mí y a nadie más.<br />
—Siempre supe que este momento llegaría —confesó con la mirada<br />
puesta en la arena <strong>de</strong> la playa—. Toda la vida no hice sino<br />
prepararme para este día en que tú me exigirías toda la verdad.<br />
—Dale, solo quiero saber su nombre, nada más.<br />
—Car<strong>los</strong> Humberto Cuéllar Pinzón —escupió al fin mi tío y sentí que<br />
se quedaba más ligero, como si le acabaran <strong>de</strong> quitar un lastre hecho<br />
a punta <strong>de</strong> roca y metales pesados—. Alguna vez lo busqué, unos diez<br />
años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l juicio. Había terminado Medicina en la Universidad<br />
<strong>de</strong> Chicago y tenía su consultorio en el norte <strong>de</strong> la ciudad, en la<br />
Carrera 15 con la Calle 74. <strong>La</strong> especialidad me pareció una burla<br />
macabra: pediatría. No creas que no pensé en matarlo o en mandarlo<br />
a matar. Durante semanas y meses la i<strong>de</strong>a me rondó la cabeza. Lo<br />
perseguí varias veces hasta su casa paterna, en la calle 85 con la<br />
Autopista. Se iba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el consultorio a pie a almorzar don<strong>de</strong> sus<br />
padres. Conseguir un par <strong>de</strong> tipos que fingieran un atraco y que le<br />
metieran dos puñaladas no era costoso. ¿Pero valía la pena? ¿Vale la<br />
pena que nuestros agresores nos conviertan en un remedo suyo, que<br />
www.lectulandia.com - Página 157