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La melancolia de los feos - Mario Mendoza

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso grabado: La Melancolía. El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler, lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto, sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la furia de los océanos.

León Soler es un psiquiatra soltero y sin hijos que se acerca a los
cuarenta años y sigue atrapado en una rutina poco feliz y carente
de brillo. Vive apenas obsesionado con su profesión, hasta que
una mañana recibe una extraña carta en su consultorio. Va sin
remitente y tiene el dibujo de un murciélago que sostiene un letrero
con el mismo término que usó el artista Durero en su famoso
grabado: La Melancolía.
El contenido de esa y futuras correspondencias sacudirán a Soler,
lo llevarán al pasado de su niñez y lo moverán emocionalmente en
el presente para tratar de encontrar a su viejo amigo, Alfonso
Rivas, un hombre deforme, enano y jorobado que le ha devuelto,
sin saberlo, el favor más grande: salvarlo del extravío como solo un
navegante es capaz de encontrarse a sí mismo mientras sortea la
furia de los océanos.

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atraviesa las Columnas <strong>de</strong> Hércules para lanzarse en busca <strong>de</strong> lo<br />

<strong>de</strong>sconocido.<br />

Suspiré invadido por una plenitud que aún me hacía temblar y que me<br />

erizaba <strong>los</strong> vel<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> brazos y la nuca. Me incorporé y me limpié las<br />

lágrimas que tenía alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> <strong>los</strong> ojos y las mejillas.<br />

Entonces vi a Genaro que venía corriendo por la calle con Deimos<br />

cogido <strong>de</strong>l collar. Y en su inclinación corporal, en la contextura <strong>de</strong> su<br />

espalda y en su sonrisa franca y resplan<strong>de</strong>ciente creí ver un reflejo<br />

mejorado <strong>de</strong> Alfonso… Había algo a su alre<strong>de</strong>dor, algo que no supe<br />

apreciar en mis anteriores visitas, y que me recordaba inevitablemente a<br />

mi viejo y querido amigo.<br />

—Telémaco —susurré con la cabeza entre las manos.<br />

Y allá, al fondo, diminuta y ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> flores, había una casa don<strong>de</strong><br />

una mujer estaba esperándome. De una manera que no lograba explicarme<br />

<strong>de</strong>l todo, sentí que yo era una imagen invertida <strong>de</strong> Alfonso, una especie <strong>de</strong><br />

presencia opuesta que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tormenta volvía a Itaca para reposar y<br />

vivir en paz entre <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong> una mujer que no <strong>de</strong>bí haber abandonado<br />

nunca.<br />

—Penélope… —volví a susurrar para mí mismo.<br />

Tomé aire, caminé dos pasos y me fui <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Genaro y <strong>de</strong> Deimos,<br />

que también se hubiera podido llamar Argos. Una brisa que bajaba <strong>de</strong> las<br />

montañas me refrescó el cuerpo entero.<br />

www.lectulandia.com - Página 184

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