Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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– ¡Instinto! -replica Mr. Hill.<br />
“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
El venerable lord Avebury -a quien recordarán <strong>de</strong> seguro mis lectores, bajo el nombre <strong>de</strong> John<br />
Lubbock-, veterano observador <strong>de</strong> abejas y <strong>de</strong> hormigas, se tira <strong>de</strong> los b<strong>la</strong>ncos cabellos, y<br />
reúne el stock entero <strong>de</strong> sus investigaciones con el fin <strong>de</strong> convencer a Mr. Hill. “He embriagado<br />
diversas hormigas, dice lord Avebury, y <strong>la</strong>s he colocado, inertes, a <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> un hormiguero.<br />
Las dueñas <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa han salido, han recogido a sus compañeras, y han abandonado a <strong>la</strong>s<br />
<strong>de</strong>más, pertenecientes a hormigueros extraños. ¡Rasgo admirable!”<br />
– ¡Instinto! -dice Mr. Hill-. Las conocían por el olfato.<br />
Porque Mr. Hill no soporta que <strong>la</strong>s hormigas sean altruistas. Se figura que inteligencia y<br />
altruismo tienen que ir juntos. Por eso, cuando lord Avebury le cuenta que dos hormigas<br />
libertaron una tercera, oprimida bajo un guijarro, contesta Mr. Hill:<br />
– ¡Bah! Todas <strong>la</strong>s hormigas están acostumbradas a extraer insectos <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s piedras.<br />
Ayer se cayó una mosca en mi té. La alcé <strong>de</strong> <strong>la</strong> taza y <strong>la</strong> puse a secar. En seguida llegaron<br />
otras dos moscas que <strong>la</strong>mieron solícitamente a <strong>la</strong> náufraga. ¿Altruismo? No; es que les gusta el<br />
té con leche y azúcar.<br />
¡Este Mr. Hill es <strong>de</strong>sesperante!<br />
Cuando se le aprieta <strong>de</strong>masiado, cuando se prueba que algunas hormigas emplean <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>nca,<br />
o curan sus enfermas con masajes y dieta, <strong>de</strong>senvaina el gran argumento:<br />
– Sí, <strong>la</strong>s hormigas hacen diabluras. Pero, ¿saben que <strong>la</strong>s hacen?<br />
Y Mr. Hill se escapa por <strong>la</strong> tangente metafísica. Yo sé que existo, pero tú, hormiga, o tú,<br />
hermano mío, ¿sabes que sufres, sabes que existes? ¿Soy acaso <strong>la</strong> so<strong>la</strong> conciencia en medio<br />
<strong>de</strong> una multitud <strong>de</strong> máquinas? ¿Estoy solo? ¿Hay Dios? – es <strong>de</strong>cir: <strong>la</strong>mentable y magnífico<br />
universo, ¿sabes que existes? Graves preguntas, quizá sin sentido. ¿Tenemos acaso i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong>s preguntas que <strong>de</strong>bemos hacer?<br />
INDUMENTARIA<br />
Mrs. Flora A. Steel, en el Times, rec<strong>la</strong>ma un impuesto sobre los trajes <strong>de</strong> señora. Opina que<br />
para <strong>la</strong>s mujeres <strong>la</strong> manía <strong>de</strong> los trapos equivale a un vicio, como el tabaco o el alcohol para los<br />
hombres. Esto <strong>de</strong> perseguir el vicio es muy puritano, y si se quiere muy inglés en <strong>la</strong> burguesía<br />
que aún entona salmos los domingos, lee <strong>la</strong> Biblia <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cenar y abomina <strong>de</strong> toda púbica<br />
licencia. Pero los aristócratas ingleses, que hacen <strong>la</strong>rgos viajes y se han dado cuenta <strong>de</strong> que es<br />
imposible divertirse lejos <strong>de</strong> París, piensan <strong>de</strong> otro modo. Quizá juzgan peligroso empeñarse en<br />
conservar <strong>la</strong> humanidad sin conservar los vicios. A veces por quitar <strong>la</strong> mancha se arranca el<br />
paño. Hemos superpuesto tantas naturalezas en nuestro ser, que ya no sabemos cuál es <strong>la</strong><br />
primera ni cuál es <strong>la</strong> más importante. Y luego noten que con el correr <strong>de</strong> los tiempos hemos<br />
perdido el secreto <strong>de</strong> muchas industrias; hay antiguos tejidos, antiguos colores, antiguas<br />
cerámicas que no somos capaces <strong>de</strong> reproducir y que imitamos muy mal. Sin embargo, no se<br />
nos ha perdido <strong>la</strong> técnica <strong>de</strong> un solo vicio. Conservamos los viejos religiosamente, y<br />
aumentamos <strong>la</strong> lista con ayuda <strong>de</strong> nuestras ciencias po<strong>de</strong>rosas. Los romanos no conocían <strong>la</strong><br />
morfina y el éter, <strong>la</strong> borrachera <strong>de</strong> velocidad <strong>de</strong> los automóviles, ni el vicio protestante que<br />
aqueja a Mrs. Steel y que consiste en moralizar con exceso. Ahora bien, estoy persuadido <strong>de</strong><br />
que valemos más que los súbditos <strong>de</strong> Nerón.<br />
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