Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Al día siguiente el automóvil regio que conducía a Yo<strong>la</strong>nda, a su muñeca, a su aya y a Zas<br />
Candil, en busca <strong>de</strong> una niña pobre, se <strong>de</strong>tuvo; no cabía en <strong>la</strong> calle. Los augustos y compasivos<br />
personajes bajaron, se torcieron los pies en los adoquines puntiagudos; se encaramaron por<br />
una tenebrosa y empinada escalera, y entraron al cabo en una pieza sórdida.<br />
Una mujer cosía; un hombre fumaba; metida <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un lecho sucio, una niña pálida movía<br />
los <strong>de</strong>dos en <strong>la</strong> sombra.<br />
Yo<strong>la</strong>nda, con <strong>la</strong> muñeca en <strong>la</strong> mano, se a<strong>de</strong><strong>la</strong>nta, elegantísima, i<strong>de</strong>al.<br />
– Amiga mía; soy <strong>la</strong> princesa Yo<strong>la</strong>nda; vengo a rega<strong>la</strong>rte mi muñeca. Toma.<br />
La niña enferma a<strong>la</strong>rga sus brazos f<strong>la</strong>cos, toma <strong>la</strong> muñeca, y <strong>la</strong> muñeca y el<strong>la</strong> se miran <strong>de</strong> hito<br />
en hito.<br />
¿Cómo? ¿Ni <strong>la</strong>s gracias? Los ojos <strong>de</strong> Yo<strong>la</strong>nda se acostumbran a <strong>la</strong> oscuridad y ven con<br />
asombro, sobre el lecho sucio, otras muñecas iguales a <strong>la</strong> suya, cuatro, seis, unas sin cabeza,<br />
otras sin miembros, unas <strong>completas</strong> pero <strong>de</strong>snudas, otras a medio vestir… el hilo, <strong>la</strong> aguja, <strong>la</strong><br />
te<strong>la</strong> por cortar, los <strong>de</strong>dos que se movían…<br />
– Su muñeca, señorita princesa, es <strong>de</strong> <strong>la</strong>s que trabaja mi nena -dice el hombre-. La fábrica<br />
entrega <strong>la</strong> pasta ya pintada y lista y aquí se rellena y se cose… No es mucho lo que nos<br />
ayuda… media lira… como para comprar un litro <strong>de</strong> leche fresca… No, <strong>de</strong>je, <strong>de</strong>je, <strong>la</strong> muñeca<br />
siempre nos servirá. La volveremos a llevar a <strong>la</strong> fábrica.<br />
LA TEMPESTAD<br />
No podía salir <strong>de</strong> casa sin pasar por <strong>la</strong> quinta, ni pasar sin entrar en el jardín cuyos cálices,<br />
siempre renovados, ha<strong>la</strong>gaban mi corazón. La puerta <strong>de</strong> hierro retorcido cedía<br />
confi<strong>de</strong>ncialmente a mi presión discreta; mis pasos hacían rechinar <strong>de</strong>masiado <strong>la</strong> arena <strong>de</strong>l<br />
sen<strong>de</strong>ro; <strong>la</strong>s anchas ventanas se abrían entre el verdor jugoso y sombrío <strong>de</strong> los árboles, y me<br />
amenazaban con sus miradas espías y burlonas; una timi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>liciosa me invadía. De pronto<br />
una risa juvenil cantaba como un pájaro raro en el aire <strong>de</strong> oro; una ondu<strong>la</strong>nte figura b<strong>la</strong>nca,<br />
parecida a una gran flor errante, se <strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong> <strong>la</strong>s flores, y mi amable <strong>de</strong>stino, <strong>la</strong> señorita<br />
Luz, avanzaba hacia mí.<br />
Luz tenía noble estatura y carne <strong>de</strong> amazona. Su cabellera ardiente <strong>la</strong> coronaba como un casco<br />
<strong>de</strong> l<strong>la</strong>mas. La pureza <strong>de</strong> su alma batal<strong>la</strong>dora y alegre resp<strong>la</strong>n<strong>de</strong>cía en sus c<strong>la</strong>ros ojos <strong>de</strong> un gris<br />
húmedo y sembrado <strong>de</strong> polvillo <strong>de</strong> estrel<strong>la</strong>s. ¡Cuántas veces los había visto <strong>de</strong> cerca, y había<br />
navegado por aquel<strong>la</strong> inocencia profunda y límpida, por aquel doble firmamento transparente<br />
que mezc<strong>la</strong>da a mi sangre <strong>la</strong> voluptuosidad cordial <strong>de</strong> aquel<strong>la</strong>s manos finas y ágiles, cálidas y<br />
robustas, tan dulces, tan buenas! Jamás había dicho a Luz una pa<strong>la</strong>bra <strong>de</strong> ternura y, sin<br />
embargo, me confesaba aterrado que sus manos y sus ojos se habían apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> mi vida.<br />
La tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> mis recuerdos me recibió Luz ceremoniosamente. Tía Cornelia y mamá Aurelia, <strong>la</strong>s<br />
damas <strong>de</strong> retrato antiguo que solían <strong>de</strong>slizar sus silenciosas figuras <strong>de</strong> sueño en torno <strong>de</strong> una<br />
virgen inquieta, no habían vuelto aún <strong>de</strong> sus visitas campesinas, y <strong>la</strong> gentil dueña me llevó<br />
hasta <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> ancha y reluciente, <strong>de</strong> altos y católicos muebles resinosos. El viejo piano, <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra seca y sonora, enseñaba sus cóncavas tec<strong>la</strong>s amaril<strong>la</strong>s, <strong>de</strong>sfallecientes cual huesos<br />
ancianos, y el atril ofrecía <strong>la</strong>s lágrimas negras <strong>de</strong> una romanza sin edad. El cielo se encapotaba;<br />
una bruma <strong>de</strong> sombra bañaba el aposento, y en el rostro <strong>de</strong> Luz se advertía una severidad<br />
nueva. Creí compren<strong>de</strong>r que mi presencia era impru<strong>de</strong>nte y quise alejarme.<br />
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