Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
nos reuníamos, me dio por vagar solo, a semejanza <strong>de</strong> Don Quijote, buscando doncel<strong>la</strong>s que<br />
<strong>de</strong>sencantar a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s calles solitarias.<br />
“Hacía frío. Mis pasos eran sonoros sobre <strong>la</strong>s aceras lisas y relucientes. Las estrel<strong>la</strong>s<br />
encaramadas hasta lo alto <strong>de</strong>l espacio, centel<strong>la</strong>ban más que <strong>de</strong> costumbre a través <strong>de</strong>l aire<br />
inmóvil y seco. Había poesía en mí y fuera <strong>de</strong> mí, o por lo menos tal me parecía. Con todos mis<br />
libros en <strong>la</strong> cabeza me hal<strong>la</strong>ba dispuesto a redimir <strong>de</strong>finitivamente a <strong>la</strong> primera pecadora que<br />
pasara.<br />
“Y <strong>de</strong> pronto, saliendo <strong>de</strong> una bocacalle, cruzó <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> mí una mujer. Caminaba <strong>de</strong> prisa, sin<br />
mirar a ningún <strong>la</strong>do; iba como una máquina. Llevaba el mantón clásico <strong>de</strong> <strong>la</strong> madrileña <strong>de</strong>l<br />
pueblo, el pelo libre, <strong>la</strong> enagua crujiente.<br />
“La seguí. Nuestros pasos repetían sus ecos iguales, cada vez más próximos. Noté que tenía <strong>la</strong><br />
cara muy b<strong>la</strong>nca. Los faroles, a intervalos, iluminaban esa pali<strong>de</strong>z como los relámpagos<br />
iluminan un paisaje triste. Ya muy cerca, casi tocándo<strong>la</strong>, balbucí a mi perseguida <strong>la</strong>s maja<strong>de</strong>rías<br />
que uste<strong>de</strong>s saben.<br />
“No hizo caso. Insistí. Nada. Volví a insistir. Yo no me resignaba a renunciar a mi aventura.<br />
“Entonces da media vuelta y c<strong>la</strong>va los ojos en mí. Unos ojos negros, <strong>de</strong> un negro absoluto, sin<br />
fondo. Y con una voz sorda, una voz sin timbre, como <strong>de</strong>steñida, me pregunta:<br />
“– Quieres venir conmigo, ¿verdad?<br />
“– Sí.<br />
“– Vamos.<br />
“– Y nos fuimos por callejue<strong>la</strong>s que yo no había visto nunca. La mujer había cambiado <strong>de</strong><br />
rumbo. Nos metíamos en los barrios bajos. No <strong>de</strong>cíamos una pa<strong>la</strong>bra. Yo tenía miedo y orgullo,<br />
al estilo <strong>de</strong> los héroes. Acompañaba a <strong>la</strong> dama misteriosa, y me prometía terribles<br />
voluptuosida<strong>de</strong>s.<br />
“Se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> una puerta <strong>la</strong>rga y angosta. Sacó una pesada l<strong>la</strong>ve. Abrió.<br />
“– ¡Entra!<br />
“– ¡Sube! -dijo <strong>la</strong> voz <strong>de</strong>steñida, más fúnebre aún en aquel momento.<br />
“Y subimos <strong>la</strong>s escaleras empinadas. Un piso. Dos. Tres. Cuatro. Me ahogaba en <strong>la</strong> oscuridad;<br />
y una angustia rara se apo<strong>de</strong>raba <strong>de</strong> mí.<br />
“– Aquí es -dijo <strong>la</strong> mujer.<br />
“Sentí un brazo rozarme, otra l<strong>la</strong>ve rechinar en una cerradura, y el gemir <strong>de</strong> unos goznes.<br />
“– ¿Tienes fósforos?<br />
“– Sí.<br />
“– Entra y encien<strong>de</strong>.<br />
“Entré. Pero apenas lo hago cierra <strong>la</strong> puerta, da dos vueltas a <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve y me <strong>de</strong>ja solo allí <strong>de</strong>ntro.<br />
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