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Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja

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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />

Des<strong>de</strong> ese momento no se ha tenido más noticias <strong>de</strong> él. Sin embargo, cuando morimos <strong>de</strong><br />

repente es probable que al ser <strong>de</strong>spedidos <strong>de</strong> este mundo conservemos cierta velocidad<br />

adquirida y <strong>de</strong>scribamos un resto <strong>de</strong> trayectoria. Así le ha sucedido a Leopoldo. Quiero<br />

contarles su viaje póstumo, en el que ha invertido un mes y medio.<br />

Al volver <strong>de</strong>l sofocón, se encontró tendido en su lecho <strong>de</strong> muerte. Le ve<strong>la</strong>ban miembros <strong>de</strong> su<br />

familia y <strong>de</strong>más dignatarios. Personas, muebles y muros parecían fluidos. Leopoldo se sentó en<br />

<strong>la</strong> cama. Nadie dio señales <strong>de</strong> extrañeza. Se levantó, marchó a través <strong>de</strong> sus hijos y <strong>de</strong> sus<br />

consejeros, masas vaporosas que no le opusieron resistencia alguna, y salió a <strong>la</strong> calle.<br />

Puesto que todo está muerto alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mí, pensó juiciosamente, es que el muerto soy yo.<br />

Le satisfacía, en medio <strong>de</strong> tantos seres etéreos, sentir su carne palpable, consistente, dura.<br />

Notó que le habían vestido <strong>de</strong> general, con gran<strong>de</strong>s charreteras, y todas sus cruces. Luego<br />

calculó:<br />

– Estoy muerto y vivo a un tiempo. ¡Dios existe!<br />

Empujado por un instinto misterioso y certero, se dirigió a <strong>la</strong> frontera <strong>de</strong> Francia.<br />

– Sin duda voy a comparecer ante Dios…<br />

Confiaba en que su hermosa barba b<strong>la</strong>nca y su uniforme <strong>de</strong> general impresionarían<br />

favorablemente. A<strong>de</strong>más, había recibido los santos sacramentos y el Papa era su amigo. Y<br />

caminaba: cruzó campos <strong>de</strong> un ver<strong>de</strong> traslúcido, surcados por vagas siluetas <strong>la</strong>boriosas,<br />

arroyos en cuya linfa <strong>de</strong> ensueño se <strong>de</strong>sleía el alma <strong>de</strong> los sauces, al<strong>de</strong>as <strong>de</strong> silencio, ciuda<strong>de</strong>s<br />

cuajadas en el vacío <strong>de</strong> lo imposible, y alcanzó París a medianoche, su París, familiar y<br />

fantástico, construido <strong>de</strong> este<strong>la</strong>s <strong>de</strong> gas fosforescente, horno g<strong>la</strong>cial en que se movían<br />

innumerables comparsas mudos, con un <strong>la</strong>mentable gesto <strong>de</strong> sa<strong>la</strong>mandras felices. Leopoldo<br />

comprendió que Dios no estaba en París, y siguió caminando hacia el Sur.<br />

Empezó a fatigarse. Empezó a sufrir. La tierra se le hacía acaso menos irreal. Y caminaba…<br />

Tuvo que atravesar <strong>la</strong>ndas inmensas, en que los espectros <strong>de</strong> los pinos se retorcían bajo<br />

pesadil<strong>la</strong>s <strong>de</strong> huracanes. Tuvo que buscar <strong>de</strong>sfi<strong>la</strong><strong>de</strong>ros entre <strong>la</strong> nieve <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cordilleras.<br />

Descendió a l<strong>la</strong>nuras, don<strong>de</strong> ondu<strong>la</strong>ban los penachos rubios <strong>de</strong>l maíz. El sol frío brilló <strong>de</strong>spués<br />

sobre los trigos y los olivares. Y el muerto caminaba hasta que lo <strong>de</strong>tuvo el fantasma <strong>de</strong>l mar, o<br />

tal vez el mar mismo. A <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>, un grupo <strong>de</strong> pescadores sórdidos sacaba una <strong>la</strong>rga red, en<br />

cuyo vientre oscuro hervían escamas <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ta. Era evi<strong>de</strong>nte que Dios no estaba en Europa.<br />

Leopoldo, suspirando, se quitó su traje <strong>de</strong> general y nadó sin tregua, siempre hacia el Sur. Sus<br />

carnes se ab<strong>la</strong>ndaban, se hacían transparentes. En <strong>la</strong> noche, hi<strong>la</strong>cha <strong>de</strong> tinieb<strong>la</strong>s flotando en<br />

<strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s, perdía <strong>la</strong> fe. “¿Por qué se me retiene sobre el p<strong>la</strong>neta? ¿Dón<strong>de</strong> estará Dios?” A<br />

veces, un buque <strong>de</strong> alto bordo, coronado <strong>de</strong> luces, hendía el abismo, con un grito monstruoso.<br />

Y el muerto nadó tres días.<br />

Desnudo, rendido, angustiado, se internó en el África. Las cosas materiales iban recobrando su<br />

aspecto normal, a medida que él se aniqui<strong>la</strong>ba. Vio extrañas p<strong>la</strong>ntaciones, casas <strong>de</strong> soledad,<br />

tapiadas y b<strong>la</strong>nquísimas, terrazas y alminares don<strong>de</strong> los muezines se <strong>de</strong>lineaban en el fuego<br />

<strong>de</strong>l crepúsculo, chozas techadas <strong>de</strong> fol<strong>la</strong>jes exóticos, pozos entre palmeras; conoció a los<br />

árabes y los beduinos, <strong>la</strong>s lentas caravanas; oyó el aullido <strong>de</strong> los chacales y <strong>la</strong> voz <strong>de</strong>l león. Y<br />

todo aquello vivía, y él se moría <strong>de</strong>finitivamente. “Quizá no hay Dios… quizás estaré juzgado sin<br />

saberlo”. Y se arrastraba en su rumbo fatal hacia el interior <strong>de</strong>l país. Y seguía arrastrándose,<br />

jirón <strong>de</strong> bruma dolorida, entre los matorrales, sobre <strong>la</strong>s arenas abrasadoras, herido <strong>de</strong>l sol<br />

<strong>de</strong>spiadado. Y pasaron los días y <strong>la</strong>s noches y al fin llegó.<br />

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