Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
<strong>la</strong> potente imaginación infantil. A<strong>de</strong><strong>la</strong> a lo menos le l<strong>la</strong>maba hijo con el acento <strong>de</strong> <strong>la</strong> verdad.<br />
Pasaba el <strong>de</strong>do entre los a<strong>la</strong>mbres y conso<strong>la</strong>ba y distraía <strong>la</strong>rgas horas al ave infeliz. Se<br />
levantaba a medianoche a darle <strong>de</strong> comer y a cerciorare <strong>de</strong> que <strong>la</strong> jau<strong>la</strong> estaba bien cerrada.<br />
Don Angel. – ¿Tan lindo era el animal?<br />
Don Tomás. – Era horrible, <strong>de</strong> color <strong>de</strong> panza <strong>de</strong> burro. Era sucio y odiaba el agua. Tenía el<br />
pico siempre lleno <strong>de</strong> comida vieja.<br />
Don Angel. – ¿Cantaba?<br />
Don Tomás. – No cantaba. Lanzaba continuamente, sobre todo <strong>de</strong> noche, un chillido que nos<br />
volvía locos. A<strong>de</strong>más era estúpido en extremo. Golpeaba los hierros sin causa alguna y se<br />
ensangrentaba <strong>la</strong> cabeza. Entonces A<strong>de</strong><strong>la</strong> lloraba.<br />
Don Angel. – ¿Cómo se explica usted ese amor hacia un objeto tan inaguantable?<br />
Don Tomás. – Jamás me he explicado bien los abismos <strong>de</strong> poesía que encontraba A<strong>de</strong><strong>la</strong> en<br />
semejante bicho. Admitamos en <strong>la</strong>s mujeres una penetración apasionada que les permita<br />
interesarse por cosas en <strong>la</strong>s que nosotros nada <strong>de</strong>scubrimos <strong>de</strong> particu<strong>la</strong>r.<br />
Don Angel. – Los pájaros <strong>la</strong>s trastornan.<br />
Don Tomás. – Especialmente en los sombreros. Pero sigo mi historia. Harto <strong>de</strong>l zorzal, resolví,<br />
ya que soy incapaz <strong>de</strong> matar a nadie, como no sea por error, en mi calidad <strong>de</strong> médico, resolví<br />
abrir <strong>la</strong> cárcel según el sistema <strong>de</strong> usted. Una mañana convencí a mi hija y soltamos el preso.<br />
Don Angel. – Bien hecho.<br />
Don Tomás. – Verá usted. A<strong>de</strong><strong>la</strong>, afligida, no auguraba resultado dichoso. El zorzal salió <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
jau<strong>la</strong> y, lejos <strong>de</strong> huir a los árboles <strong>de</strong>l jardín, se quedó entre nuestras piernas.<br />
Don Angel. – ¿Regresó al ca<strong>la</strong>bozo?<br />
Don Tomás. – Le digo a usted que era <strong>de</strong>masiado estúpido para hal<strong>la</strong>rlo. Paseaba por <strong>la</strong> casa<br />
como un sonámbulo, tropezando y haciéndonos tropezar, mil veces más molesto que antes.<br />
Había que alimentarlo en el comedor y en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> y en <strong>la</strong> alcoba. Había que limpiar su<br />
inmundicia en todos los rincones. Había que salvarlo constantemente <strong>de</strong> toda c<strong>la</strong>se <strong>de</strong> peligros.<br />
Desaparecía <strong>de</strong> pronto, y A<strong>de</strong><strong>la</strong> <strong>de</strong>sesperada sembraba el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n y <strong>la</strong> congoja por doquier.<br />
Don Angel. – ¿No intentaron uste<strong>de</strong>s alejarlo?<br />
Don Tomás. – Se nos pegaba a los talones.<br />
Don Angel. – No era tan estúpido.<br />
Don Tomás. – Muy estúpido. Le conocí a fondo. No se asustaba <strong>de</strong>l gato; A<strong>de</strong><strong>la</strong> aterrorizada<br />
tuvo que encerrar al gato en un cuarto oscuro para que no se tragara al zorzal.<br />
Don Angel. – ¡Cuántas complicaciones!<br />
Don Tomás. – El zorzal, hasta entonces, había contemp<strong>la</strong>do al gato al través <strong>de</strong> <strong>la</strong> reja.<br />
Opinaba con razón que era inofensivo. Note usted que esa reja protegía al zorzal exactamente<br />
lo mismo que si el prisionero fuera el gato y no él. Concluyo: no hubo otro recurso que tornar el<br />
ave a <strong>la</strong> jau<strong>la</strong>, y esperar que allí dieran fin sus días.<br />
80