Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
aventuras y <strong>de</strong> honor. ¡Desconfiemos <strong>de</strong> los chinos a <strong>la</strong> europea! ¿Y le Japón, el Japón tan<br />
europeo, tan simpático, tan nuestro? Contraor<strong>de</strong>n. Se murmura que ni los negociantes ni los<br />
jueces <strong>de</strong>l Japón tienen vergüenza, y que <strong>la</strong>s mousmés que han conocido al b<strong>la</strong>nco, <strong>de</strong> ningún<br />
modo reanudan re<strong>la</strong>ciones con los japoneses.<br />
¡Costas remotas, muchedumbres <strong>de</strong> maravil<strong>la</strong>, confusos contornos <strong>de</strong> esfinge, sólo el artista<br />
vagabundo adivina el arcano y aspira <strong>de</strong>s<strong>de</strong> alta mar los perfumes <strong>de</strong> <strong>la</strong> invisible is<strong>la</strong> encantada!<br />
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Laguna Porá, junio <strong>de</strong> 1907.<br />
Lo que me suce<strong>de</strong> es extraordinario. Lo contaré sin esperanza <strong>de</strong> que me crea. Estoy en el<br />
caso <strong>de</strong> los inventores <strong>de</strong> genio que tuvieron <strong>la</strong> <strong>de</strong>sdicha <strong>de</strong> ser los primeros en <strong>de</strong>scubrir una<br />
verdad importante y fueron satirizados en consecuencia como embusteros o locos y<br />
perseguidos como perturbadores <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n social. Lo menos que pue<strong>de</strong> acontecerme es caer<br />
en ridículo, con <strong>la</strong> <strong>de</strong>sventaja <strong>de</strong> no <strong>de</strong>berlo al propio mérito, sino a <strong>la</strong> casualidad. Gracias a una<br />
casualidad extrema he sabido que hay otros hombres que nosotros. Pero <strong>la</strong> sencil<strong>la</strong> y auténtica<br />
narración <strong>de</strong> lo acaecido será más elocuente que cualquier comentario. He aquí los hechos:<br />
Una tar<strong>de</strong> en que, a causa quizá <strong>de</strong>l repentino viento, nos encontramos libres <strong>de</strong> mosquitos, me<br />
propuse pasear a pie por los alre<strong>de</strong>dores. De vuelta a casa, ya cercana <strong>la</strong> noche y <strong>de</strong>smayada<br />
<strong>la</strong> brisa, venía costeando un bosque misterioso, cuyo cimiento innumerable y retorcido salía <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong> tierra en el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> una <strong>de</strong>sesperación paralizada. Los troncos, semejantes a gruesas<br />
raíces <strong>de</strong>snudas, multiplicaban sus miembros impacientes <strong>de</strong> asir, <strong>de</strong> en<strong>la</strong>zar, <strong>de</strong> estrangu<strong>la</strong>r; <strong>la</strong><br />
vida era allí un <strong>la</strong>berinto inmóvil y terrible; <strong>la</strong>s lianas infinitas bajaban <strong>de</strong>l vasto fol<strong>la</strong>je a envolver<br />
y apretar y ahorcar con inextricables nudos los fustes gigantescos. Un vaho fúnebre subía <strong>de</strong>l<br />
suelo empapado en savias acres, humeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>tenidas y podredumbres <strong>de</strong>voradoras. Bajo <strong>la</strong><br />
bóveda <strong>de</strong>l ramaje sombrío se abrían concavida<strong>de</strong>s g<strong>la</strong>ciales <strong>de</strong> cueva don<strong>de</strong> el vago horror <strong>de</strong>l<br />
crepúsculo adivina emboscada a <strong>la</strong> muerte, y tan sólo alguna flor <strong>de</strong>l aire, suspendida en el<br />
vacío como un insecto maravilloso, sonreía al azar con <strong>la</strong> inocencia <strong>de</strong> sus cálices sonrosados.<br />
Impresionado y atento, vi <strong>de</strong> pronto osci<strong>la</strong>r los juncos a tres pasos <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> mí. ¿Víbora? Más<br />
bien sapo, pájaro herido… La osci<strong>la</strong>ción era irregu<strong>la</strong>r y <strong>de</strong>sorientada. Avancé, me incliné. Era un<br />
hombre: se había <strong>de</strong>tenido al sentirse acosado.<br />
Un hombre <strong>de</strong> un palmo <strong>de</strong> altura. Llevaba una especie <strong>de</strong> manto. Era un viejo. Su calva, su<br />
barba gris, sus pies <strong>de</strong>scalzos, <strong>la</strong> angustia <strong>de</strong> sus ojos enternecieron mi asombro. Aquello era<br />
un hombre. Era evi<strong>de</strong>nte que era un hombre, y esa evi<strong>de</strong>ncia me trastornaba.<br />
Absurdo que me entendiera, y sin embargo le hablé. Oí que <strong>de</strong> su garganta se <strong>de</strong>sprendían<br />
sonidos débiles e incomprensibles. A<strong>la</strong>rgué los brazos y noté que temb<strong>la</strong>ba imperceptiblemente.<br />
Me agaché y lo agarré. Creí un momento que se <strong>de</strong>svanecía, porque sus párpados diminutos y<br />
pálidos se cerraron. Me lo metí con gran cuidado en el bolsillo y eché a andar absorto, casi<br />
estúpido. Traía a un viejo en el bolsillo. Evi<strong>de</strong>nte. No acertaba a pensar nada razonable.<br />
De cuando en cuando palpaba el bulto <strong>de</strong>licadamente. Un pequeño sobresalto, y se quedaba<br />
quieto. El viejecito no había intentado ninguna resistencia. Me ocurrió <strong>la</strong> i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que era<br />
inteligente, y <strong>la</strong> realidad palpable y trascen<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> <strong>la</strong> aventura me oprimió el corazón.<br />
Después recordé ejemplos <strong>de</strong> enanos famosos y el sistema japonés para conseguir árboles en<br />
maceta, y pasaron luego por mi imaginación fábu<strong>la</strong>s <strong>de</strong> gnomos y <strong>de</strong> silfos, y comprendí que no<br />
había nada <strong>de</strong> eso, que aquel hombre era normal. ¿Normal? ¿Por qué no? Y mi espíritu por fin<br />
emergió <strong>de</strong>l mar enloquecido en que se ahogaba. Recobré mi conciencia completa, mi<br />
presencia mental. ¿Por qué no? ¿Y si los anormales somos nosotros?<br />
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