Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Don Angel. – Coloca usted su dinero en un banco honorable, incapaz <strong>de</strong> quebrar. Le pagarán a<br />
usted con exactitud, don Justo. Con el juicio con que juzga usted, será juzgado. Con <strong>la</strong> medida<br />
con que mi<strong>de</strong> le volverán a medir.<br />
Don Justo. – ¿Qué jerga es ésa?<br />
Don Angel. – San Mateo, capítulo séptimo, versículo segundo.<br />
Don Tomás. – (A don Justo). ¿Tiene usted muchos pobres?<br />
Don Justo. – No muchos, doce o quince. Hace años que los tengo.<br />
Don Tomás. – ¿Los mismos?<br />
Don Justo. – Los mismos. De tar<strong>de</strong> en tar<strong>de</strong>, se lleva uno al hospital y <strong>de</strong>saparece. Esto es raro,<br />
gozan <strong>de</strong> aceptable salud. Ellos y yo envejecemos juntos; ellos un poco más <strong>de</strong> prisa. Es<br />
curioso; tan pobres están, como cuando los conocí; llevan <strong>la</strong> ropa <strong>de</strong> aquel<strong>la</strong> época. Son algo<br />
<strong>de</strong>rrochadores. No ahorran. En tanto tiempo, su situación no ha cambiado, ni <strong>la</strong> mía tampoco.<br />
Don Tomás. – Tal es <strong>la</strong> función <strong>de</strong> <strong>la</strong> beneficencia: conservar los pobres, única manera <strong>de</strong><br />
conservar los ricos. Sin <strong>la</strong> beneficencia, los pobres sucumbirían a <strong>la</strong> inanición, al frío, a <strong>la</strong><br />
enfermedad. Sería cruel. Hay que mantenerlos en <strong>la</strong> miseria. Es preciso que vivan. Sacarlos <strong>de</strong><br />
el<strong>la</strong>, transformarlos en ricos, sería revolucionario. ¿Conciben uste<strong>de</strong>s una beneficencia<br />
revolucionaria? Lo era <strong>la</strong> <strong>de</strong> Cristo. “Denlo todo” era su máxima monstruosa. ¿Dón<strong>de</strong> iríamos a<br />
parar con semejante doctrina? Al caos. Damos lo que conviene dar, para que continúen <strong>la</strong>s<br />
cosas como están, unas encima <strong>de</strong> otras, en igual or<strong>de</strong>n que ayer. La esca<strong>la</strong> <strong>de</strong> donaciones es<br />
conservadora. La ignominiosa limosna al mendigo. El millón al rey, si se digna no rechazarlo,<br />
para que no salga <strong>de</strong> rey, oficio que impone cierto lujo. Nuestra sociedad constituye una mole<br />
colosal y tan complicada, que ya nos es imposible tocar los cimientos.<br />
Don Justo. – Estoy conforme. Al primer sil<strong>la</strong>r atacado, se viene a tierra el edificio, y no queda<br />
uno <strong>de</strong> nosotros. Peor es meneallo.<br />
Don Angel. – Buen par <strong>de</strong> zorros están uste<strong>de</strong>s.<br />
EL DUELO<br />
Don Tomás. – ¿De modo que acepta usted <strong>la</strong> costumbre <strong>de</strong>l duelo?<br />
Don Justo. – Acepto <strong>la</strong>s costumbres <strong>de</strong> mi época porque no quiero morir <strong>la</strong>pidado. Es factible y<br />
a veces lícito atacar los dogmas, los gobiernos, <strong>la</strong>s i<strong>de</strong>as, <strong>la</strong>s leyes, pero ir contra una<br />
costumbre es ir verda<strong>de</strong>ramente contra Dios. Lo que ha anu<strong>la</strong>do a los cuáqueros no es su credo<br />
-mil herejías disparatadas triunfan- sino su manía <strong>de</strong> no quitarse el sombrero jamás.<br />
Don Angel. – ¿Ni cuando se acuestan?<br />
Don Justo. – No se lo quitan en público, y eso es lo grave. Ensayen aquí el saludo <strong>de</strong> ciertos<br />
polinesios, que consiste en escupir a <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s y en frotar<strong>la</strong>s <strong>de</strong>spués con <strong>la</strong> palma <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
mano, y verán qué tal les va. Les suprimirían más rabiosamente que si fueran asesinos. ¿Qué<br />
crimen hay comparable con el <strong>de</strong> no ejecutar los pequeños gestos mecánicos, idénticos…<br />
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