Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Don Tomás. – ¡Pobres reyes! Me los figuro por <strong>la</strong>s mañanas, restregándose los ojos, y<br />
preguntándose: ¿será hoy? Me los figuro en <strong>la</strong> calle, prisioneros en su coche ante <strong>la</strong> multitud,<br />
contestando con una sonrisita crispada a <strong>la</strong>s sabidas ovaciones <strong>de</strong>l pueblo, y pensando en <strong>la</strong><br />
ba<strong>la</strong> sincera, en <strong>la</strong> bomba elocuente. Ya no nos impresionan apenas los atentados. Se vuelven<br />
monótonos. Nos parece natural el espantoso fin <strong>de</strong> don Carlos. Y al terminar los telegramas <strong>de</strong>l<br />
día no se nos ocurre más que esto: ¿a quién le toca? ¿A Guillermo? ¿A Alfonso?<br />
Don Angel. – Todos caerán. Ellos o sus hijos.<br />
Don Tomás. – ¡Pero caer así, fusi<strong>la</strong>dos como perros! ¡Y ese infeliz muchacho! ¿No los<br />
compa<strong>de</strong>ce usted?<br />
Don Angel. – Los compa<strong>de</strong>zco. Compa<strong>de</strong>zco también a los asesinos. El monarca tenía<br />
probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> escapar. Ellos, no. ¿Quiénes eran? ¡Empleaditos <strong>de</strong> comercio! ¡A qué<br />
extremo había llegado <strong>la</strong> <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> los portugueses! Un puñado <strong>de</strong> humil<strong>de</strong>s héroes<br />
mató al rey.<br />
Don Tomás. – ¿Héroes?<br />
Don Angel. – Casi todos los heroísmos que <strong>la</strong> historia nos recomienda son asesinatos.<br />
Encuentro que los regicidas lusitanos han influido en <strong>la</strong> política más heroicamente que<br />
Napoleón, el cual, con menor riesgo <strong>de</strong> su persona, sacrificaba cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> hombres a<br />
<strong>la</strong>s perfidias <strong>de</strong> su eléctrica estrategia. Si hubiera estado en mi mano impedir el crimen, lo<br />
hubiera hecho. Abomino <strong>la</strong> violencia, porque es <strong>la</strong> interrupción <strong>de</strong>l pensamiento, porque es<br />
<strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> él, porque es efímera, aleatoria y torpe. Pero no siempre <strong>la</strong>s i<strong>de</strong>as se resignan a<br />
<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Para ciertos temperamentos, <strong>la</strong> pluma es menuda y tardía... Hay poco acero en el<strong>la</strong>.<br />
La <strong>de</strong>jan por el puñal, que les parece más <strong>la</strong>rgo. Error.<br />
Don Tomás. – ¿Entonces?<br />
Don Angel. – No <strong>de</strong>bemos, sin embargo, con<strong>de</strong>nar <strong>la</strong> i<strong>de</strong>a, por inesperados y feroces que sean<br />
sus efectos en un alma impulsiva. ¡Caso curioso! Los impacientes republicanos <strong>de</strong> Portugal son<br />
novelistas, historiadores, poetas, estudiantes. El partido nació en el cerebro <strong>de</strong>l país, en<br />
Coímbra. Fechas importantes: el centenario <strong>de</strong> Camoens, el secuestro <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> Basilio<br />
Telles, Do Ultimatum al 31 <strong>de</strong> Janeiro. Los gran<strong>de</strong>s acontecimientos literarios provocaban<br />
motines. De<strong>la</strong>nte <strong>de</strong> esta gente, <strong>la</strong> única que reflexionaba y escribía, indignada con razón <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
bancarrota oficial, <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo necio y <strong>de</strong> <strong>la</strong> ignominia persistente que convertía a <strong>la</strong> patria<br />
en feudo <strong>de</strong> Ing<strong>la</strong>terra, ¿qué era don Carlos?<br />
Don Tomás. – Un buen señor gordo que se distinguía mucho en el tiro <strong>de</strong> pichón.<br />
Don Angel. – Exactamente. Ha perecido como sus víctimas. ¿Por qué? Porque pudo librar a<br />
Portugal <strong>de</strong> Franco, ese Narváez sin uniforme, y no lo hizo. Ahora que <strong>la</strong> <strong>de</strong>sgracia pasó, y no<br />
tiene remedio, confesamos que ha sido útil. El joven here<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> proc<strong>la</strong>mar que<br />
mantendría los ministros, aceptó <strong>la</strong> renuncia <strong>de</strong>l gabinete. ¡Ya lo creo! Aquellos secretarios eran<br />
peligrosos. Deploremos el homicidio y felicitémonos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s consecuencias. Franco <strong>de</strong>saparece.<br />
¿Se cal<strong>la</strong> usted?<br />
Don Tomás. – ¿Firmaría usted lo que dice?<br />
Don Angel. – ¿Y por qué no? ¡Ay <strong>de</strong>l escritor que no se siente capaz <strong>de</strong> firmarse!<br />
Don Tomás. – Esta conversación, firmada, le enajenaría <strong>la</strong> mitad <strong>de</strong> sus lectores.<br />
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