Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Don Angel. – Es por lo menos el único que se persigue con tenacidad. El hambre está maldita.<br />
El hambre muer<strong>de</strong>. La <strong>de</strong>sesperación no se aviene siempre a hundirse so<strong>la</strong> en el abismo. La<br />
miseria amenaza. Un <strong>de</strong>lincuente con dinero es digno <strong>de</strong> <strong>la</strong>s amabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los jueces y <strong>de</strong><br />
los intelectuales. Su proceso es una fiesta. Su prisión es un hospedaje. Su presidio es un<br />
sanatorio. Se trata <strong>de</strong> un aliado comprometedor, pero aliado siempre. Se trata <strong>de</strong> un rico. En<br />
cambio el vagabundo da miedo, y para él no hay piedad. Es el espectro <strong>de</strong> <strong>la</strong> justicia. Es el<br />
remordimiento vivo. Es preciso concluir con él. Por eso a más <strong>de</strong> encarce<strong>la</strong>rle y <strong>de</strong> espiarle, se<br />
le tortura. En nuestra crueldad espantada, agrandamos <strong>la</strong> terrible <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> angustia y <strong>de</strong> dolor<br />
que pagaremos algún día.<br />
Don Tomás. – ¡Vendrá Dios a juzgarnos!<br />
Don Angel. – Ríase usted. Yo le agra<strong>de</strong>zco <strong>la</strong> noticia <strong>de</strong> que <strong>la</strong> criminalidad aumenta. ¿La<br />
sociedad se <strong>de</strong>squicia? Mejor. Desplómese el templo idó<strong>la</strong>tra, aunque <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong>l Sansón<br />
estén manchadas <strong>de</strong> sangre.<br />
Don Angel. – ¿No está don Tomás?<br />
UNA VISITA<br />
Doña Nico<strong>la</strong>sa. – Le han hecho l<strong>la</strong>mar para un enfermo, tal vez para uno <strong>de</strong> esos que cuando<br />
llega el doctor ya están curados. Pero mi esposo volverá pronto. Siéntese usted, don Angel.<br />
Char<strong>la</strong>remos.<br />
(Don Angel, espantado, quiere irse. Insiste <strong>la</strong> señora. Don Angel se sienta).<br />
Don Angel. – ¿Y A<strong>de</strong>lita?<br />
Doña Nico<strong>la</strong>sa. – El<strong>la</strong> se acuesta muy temprano. Yo me entretengo leyendo.<br />
(Sobre <strong>la</strong> mesa hay un enorme volumen abierto).<br />
Don Angel. – ¿Qué lee usted?<br />
Doña Nico<strong>la</strong>sa. – Es <strong>la</strong> colección <strong>de</strong> La Prensa. ¡Estos sí que son diarios! Mi marido recibe<br />
algunos diarios franceses. No hay comparación. Yo no hablo francés, pero no importa. Aquéllos<br />
no pasan <strong>de</strong> seis u ocho páginas y éstos suelen traer cuarenta.<br />
Don Angel. – Es admirable.<br />
Doña Nico<strong>la</strong>sa. – Vienen escritos <strong>de</strong> los primeros literatos <strong>de</strong>l mundo, como Grandmontagne y<br />
Meternich.<br />
Don Angel. – Maeterlinck.<br />
Doña Nico<strong>la</strong>sa. – Eso es. No hay necesidad <strong>de</strong> leer sus libros. ¡Aquí está mi biblioteca! (Golpea<br />
el volumen). También tengo La Nación. Yo me ocupo particu<strong>la</strong>rmente <strong>de</strong> <strong>la</strong> parte científica.<br />
Don Angel. – ¡Ah!<br />
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