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Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja

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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />

Alberico. – Tal me <strong>la</strong> pintas, que me van a comp<strong>la</strong>ciendo los que <strong>la</strong> amenazan. Mas suponiendo<br />

que su sociedad sea respetable, perfecta, sublime, una <strong>de</strong> dos: o los <strong>de</strong>lincuentes son sanos y<br />

normales, o no lo son. Si son normales su <strong>de</strong>ber es imitarlos. Si están enfermos, su <strong>de</strong>ber es<br />

curarlos. Todo menos agredirlos. No me asombra que, con tan estúpida higiene, <strong>la</strong> sociedad se<br />

encuentre cada día más <strong>de</strong>bilitada. Así pues, ¿el juez se precipita sobre el criminal, y se lo lleva<br />

a casa prisionero, o lo asesina? ¿Elegirán, sin duda, jueces jóvenes, <strong>de</strong> una muscu<strong>la</strong>tura<br />

imponente.<br />

Yo. – ¡Qué barbaridad! No es el juez quien ejecuta <strong>la</strong> sentencia. Manda a otros hombres que <strong>la</strong><br />

ejecuten.<br />

Alberico. – ¡Ah! Estos hombres, por lo visto, ¿están <strong>de</strong> acuerdo con el juez en cuanto a lo justo<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> sentencia?<br />

Yo. – (Fastidiado). No. Son por lo general gente inculta, que ignora completamente <strong>de</strong> qué se<br />

trata. Obe<strong>de</strong>cen, y punto concluido.<br />

Alberico. – Te aseguro que mi juicio es sólido, y al oírte temo soñar. ¡Había hombres que<br />

mataban por un razonamiento, y hete que los hay que matan sin razonamiento siquiera! ¿Y <strong>de</strong><br />

cierto que esos ejecutores, sin los cuales <strong>la</strong>s leyes no se cumplirían jamás, serán muy<br />

respetados entre uste<strong>de</strong>s?<br />

Yo. – Nada <strong>de</strong> eso. Son <strong>de</strong>spreciados como carceleros, espías y verdugos.<br />

Alberico. – Y a los jueces ¿se les respeta?<br />

Yo. – (En voz baja). A ellos, sí.<br />

Alberico. – ¿No han <strong>de</strong>scubierto entonces que los carceleros, los espías y los verdugos son los<br />

jueces, que no es <strong>la</strong> mano <strong>la</strong> maldita, sino <strong>la</strong> voluntad? Basta. No escucharé más.<br />

Decididamente están graves <strong>de</strong> salud. ¿Para qué seguir a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte? El tronco está<br />

emponzoñado; <strong>de</strong>jemos los frutos.<br />

Y aquí se acabó el caso Nakens. Alberico tornó a sus meditaciones, y yo traduje y resumí, para<br />

enviárse<strong>la</strong> a uste<strong>de</strong>s, esta conversación en que se manifiesta lo poco que el gnomo filósofo<br />

entien<strong>de</strong> nuestras costumbres.<br />

----------<br />

Laguna Porá, julio <strong>de</strong> 1907.<br />

Hacía ya muchos días que Alberico, recostado en su lecho minúsculo, hume<strong>de</strong>cía apenas sus<br />

áridos <strong>la</strong>bios en <strong>la</strong> dosis <strong>de</strong> leche que a hora fija yo le presentaba, y salía con grave trabajo <strong>de</strong><br />

un mutismo que me llenaba <strong>de</strong> incertidumbre. Alentaba levemente; enfermo, según lo<br />

<strong>de</strong>nunciaban su <strong>de</strong>macración y pali<strong>de</strong>z crecientes y <strong>la</strong> fijeza <strong>de</strong> sus di<strong>la</strong>tadas pupi<strong>la</strong>s, ¿por qué<br />

él, que lo sabía todo, no me <strong>de</strong>cía lo que era necesario hacer? A mis inquietas preguntas<br />

contestaba con un sereno a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> indiferencia. Me convencí al cabo <strong>de</strong> que se había dado<br />

cita con <strong>la</strong> muerte, y <strong>de</strong> que no quería comprometer en nada <strong>la</strong> exactitud y <strong>la</strong> seriedad <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

entrevista.<br />

Este moribundo, que no era por su apariencia exigua menos digno <strong>de</strong> un fin grandioso, me<br />

tenía lástima. Ante <strong>la</strong>s visiones <strong>de</strong>l solemne crepúsculo, que empezaban a bañarle, <strong>de</strong>bía yo<br />

parecerle muy pequeño. Al prepararse al último tránsito, no temía <strong>la</strong> sombra que le esperaba,<br />

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