Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Don Justo. – ¡Oh! No sea usted así con nuestra maravillosa legis<strong>la</strong>ción. Los tratados<br />
internacionales son <strong>de</strong> diferente carácter.<br />
Don Angel. – Lo que me indigna es que Austria haya elegido el instante en que Turquía,<br />
preocupaba por <strong>la</strong> conquista <strong>de</strong> sus liberta<strong>de</strong>s interiores, no estaba dispuesta a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse.<br />
Don Tomás. – Por ahora, querido amigo, para ser libre fuera hay que ser esc<strong>la</strong>vo <strong>de</strong>ntro. ¿Por<br />
qué corta el acero? Porque sus molécu<strong>la</strong>s están terriblemente enca<strong>de</strong>nadas. Alemania es<br />
formidable: ¡setenta millones <strong>de</strong> ciudadanos dóciles! En el futuro luminoso con que usted sueña,<br />
quizá nos permitamos el lujo <strong>de</strong> ser libres en casa y más allá. Pero Turquía ha mandado hacer<br />
cañones. Esperemos.<br />
Don Angel. – Confiesen uste<strong>de</strong>s que si Abdul Hamid tuviera diez veces el ejército que tiene…<br />
Don Tomás. – ¡Bah! Si <strong>la</strong>s condiciones <strong>de</strong>l problema son distintas <strong>la</strong> solución también lo será.<br />
¿Qué encuentra <strong>de</strong> particu<strong>la</strong>r en ello?<br />
EL ORDEN<br />
Don Justo. – Yo soy un hombre <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n. Estaré siempre <strong>de</strong>l <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l gobierno, cuando no<br />
pretenda otra cosa que mantener el or<strong>de</strong>n. Sin or<strong>de</strong>n no hay civilización.<br />
Don Tomás. – ¿Qué entien<strong>de</strong> usted por or<strong>de</strong>n?<br />
Don Justo. – Algo muy distinto <strong>de</strong> <strong>la</strong>s bombas <strong>de</strong> dinamita y <strong>la</strong>s locuras <strong>de</strong> los re<strong>de</strong>ntores<br />
sociales.<br />
Don Tomás. – Yo no veo <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n en eso.<br />
Don Justo. – ¿Qué será entonces el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n?<br />
Don Tomás. – No lo sé. Creo que no existe. En todo caso es una pa<strong>la</strong>bra sin sentido para<br />
nosotros. Se pren<strong>de</strong> fuego a una mecha y <strong>la</strong> bomba estal<strong>la</strong>. ¿Qué <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong>scubre usted<br />
ahí? El verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n sería que <strong>la</strong> mecha no ardiera y <strong>la</strong> dinamita no hiciera explosión.<br />
Una dinamita insensible a los fulminatos humanitarios no sería dinamita. Son fenómenos<br />
<strong>de</strong>sagradables, no lo dudo, pero no tenemos motivo para sostener que el casco férreo que nos<br />
<strong>de</strong>stroce el vientre no haya seguido una trayectoria conforme con <strong>la</strong>s leyes <strong>de</strong> <strong>la</strong> mecánica. En<br />
torno <strong>de</strong> nosotros no hay más que or<strong>de</strong>n.<br />
Don Justo. – ¿Y también <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l cerebro <strong>de</strong> los locos?<br />
Don Tomás. – ¡C<strong>la</strong>ro está! ¿Qué nota usted <strong>de</strong> extraordinario en que los locos hagan locuras?<br />
Lo raro sería que <strong>la</strong>s hicieran los cuerdos.<br />
Don Justo. – Y no los l<strong>la</strong>maríamos cuerdos…<br />
Don Tomás. – Evi<strong>de</strong>nte. Los locos hacen locuras. La dinamita estal<strong>la</strong>.<br />
Don Justo. – O los locos son locos y <strong>la</strong> dinamita es dinamita. ¿A eso se reduce <strong>la</strong> ciencia que<br />
tanto le enamora?<br />
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