Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
todas horas, sin sospechar que su pasión era exagerada. Pedro no pudo resistir, y murió<br />
extenuado en poco tiempo. Margarita era una mujer ingenua…<br />
La entusiasmaba lo que bril<strong>la</strong>, el sol, el oro, el rocío en <strong>la</strong>s perfumadas entrañas <strong>de</strong> <strong>la</strong>s flores y<br />
los diamantes en <strong>la</strong>s vitrinas <strong>de</strong> los joyeros. Como era bel<strong>la</strong>, un viejo vicioso le dio oro y<br />
diamantes. El rocío y el sol no estaban a <strong>la</strong> venta. Margarita, volviendo <strong>la</strong> cara contra <strong>la</strong> pared,<br />
entregaba al vicio <strong>de</strong>l viejo su cuerpo primaveral. El viejo sucumbió pronto, <strong>de</strong>jando pegada<br />
para siempre a <strong>la</strong> fresca y pura piel <strong>de</strong> Margarita una enfermedad vergonzosa. Margarita era<br />
una mujer ingenua…<br />
Creía en los Santos. La exaltaban <strong>la</strong>s místicas volutas <strong>de</strong>l incienso, <strong>la</strong>s mil luces celestiales que<br />
centelleaban en el altar mayor, tragaba a su Dios todos los domingos, y una mañana <strong>de</strong> otoño<br />
le dio su alma, adornada con <strong>la</strong> bendición papal. Margarita era una viejecita ingenua…<br />
LA ÚLTIMA PRIMAVERA<br />
Yo también, a los veinte años, creía tener recuerdos.<br />
Esos recuerdos eran apacibles, llenos <strong>de</strong> una me<strong>la</strong>ncolía pulcra. Los cuidaba y hacía revivir<br />
todos los días, <strong>de</strong>l mismo modo que me rizaba el bigote y me perfumaba el cabello.<br />
Todo me parecía suave, elegante. No concebía pasión que no fuera digna <strong>de</strong> un poema bien<br />
rimado. El amor era lo único que había en el universo; el porvenir, un horizonte bañado <strong>de</strong><br />
aurora y, para mirar mi exiguo pasado, no me tomaba <strong>la</strong> molestia <strong>de</strong> cambiar <strong>de</strong> prisma.<br />
Yo también tenía -¡ya!- recuerdos.<br />
Mis recuerdos <strong>de</strong> hoy…<br />
¿Por qué no me escondí al sentirme fuerte y bueno? El mundo no me ha perdonado, no. Jamás<br />
sospeché que se pudiera hacer tanto daño, tan inútilmente, tan estúpidamente. Cuando mi alma<br />
era una herida so<strong>la</strong>, y los hombres moscas cobar<strong>de</strong>s que me chupaban <strong>la</strong> sangre, empecé a<br />
compren<strong>de</strong>r <strong>la</strong> vida y a admirar el mal. Yo sé que huiré al confín <strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra, buscando<br />
corazones sencillos y nobles, y que allí, como siempre, habrá una mano sin cuerpo que me<br />
apuñale por <strong>la</strong> espalda. ¿Quién me dará una noche <strong>de</strong> paz, en que contemple sosegado <strong>la</strong>s<br />
estrel<strong>la</strong>s, como cuando era niño, y que una almohada en que reposar <strong>de</strong>spués mi frente<br />
tranqui<strong>la</strong>, segura <strong>de</strong>l sueño?<br />
¿Para qué viajar, para qué trabajar, creer, amar? ¿Para qué mi juventud, lo poco que me queda<br />
<strong>de</strong> juventud, envenenada por mis hermanos?<br />
¡Deseo a veces <strong>la</strong> vejez, <strong>la</strong> abdicación final, amputarme los nervios y no sentir más <strong>la</strong> eterna, <strong>la</strong><br />
horrible náusea!<br />
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Des<strong>de</strong> que soy <strong>de</strong>sgraciado, amo a los <strong>de</strong>sgraciados, a los caídos, a los pisados.<br />
Hay flores marchitas, ap<strong>la</strong>stadas por el lodo, que no por eso <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> exha<strong>la</strong>r su perfume<br />
cándido. Hay almas que no son más bondad. Yo encontraré quien me quiera. Si esas almas no<br />
existen quiero morir sin saberlo.<br />
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