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Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja

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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />

¡Ni siquiera teme al gendarme! Sus odios no son p<strong>la</strong>tónicos, como los <strong>de</strong> <strong>la</strong>s personas<br />

honradas. Denle el genio y surgirá Napoleón, ídolo universal. En el prestigio <strong>de</strong> los criminales<br />

hay pince<strong>la</strong>das napoleónicas. La gran prensa <strong>de</strong> París, a cinco céntimos el número, biblia<br />

cotidiana <strong>de</strong>l pueblo, ha cantado, durante quince días, <strong>la</strong>s hazañas <strong>de</strong>l capitán Meynard.<br />

Meynard era un buen mozo, <strong>de</strong> buena familia, con algunas cruces ganadas en <strong>la</strong>s colonias -en<br />

<strong>la</strong> obra <strong>de</strong> <strong>la</strong> civilización-. Era algo bruto, algo borracho, algo neurasténico, algo estafador. En<br />

fin no tenía nada <strong>de</strong> particu<strong>la</strong>r. Pero se le ocurrió matar a su prometida (<strong>la</strong> cual era a <strong>la</strong> vez su<br />

querida, divorciada <strong>de</strong> otro caballero y entretenida por otro más). La mató en una pieza <strong>de</strong>l hotel<br />

para robarle ciento setenta francos. Des<strong>de</strong> aquel instante fue el héroe. Un bello matar tutta <strong>la</strong><br />

vita onora. El asesino se afeitó, y se pasó dos semanas rodando <strong>de</strong> café en café, tomando<br />

ajenjos y dirigiendo a los diarios cartas sentimentales en que se quejaba <strong>de</strong> los “ataques <strong>de</strong> que<br />

era objeto por parte <strong>de</strong> <strong>la</strong> prensa” y <strong>de</strong>fendía <strong>la</strong> “memoria <strong>de</strong> su pobre amiga”. Estas cartas,<br />

naturalmente, se han publicado en primera página, con tipografía especial, como si fueran<br />

poemas inéditos <strong>de</strong> Víctor Hugo. Alre<strong>de</strong>dor, <strong>la</strong>s fotografías y <strong>la</strong>s biografías <strong>de</strong> los mozos que<br />

sirvieron los ajenjos al capitán, y sobre todo <strong>de</strong> un excelente señor, <strong>de</strong> un respetable anciano<br />

que había jugado una partida <strong>de</strong> Jacquet con Meynard, sin saber que era Meynard -¡Meynard!-.<br />

Y hubiera muerto ignorado, si un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> <strong>la</strong> gloria <strong>de</strong>l asesino no llegara casualmente hasta<br />

él.<br />

Y dice Tolstoi (para conservar <strong>la</strong> salud mental, conviene un párrafo <strong>de</strong> Tolstoi <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> uno<br />

<strong>de</strong> Nietzsche): “Nos extrañamos <strong>de</strong> ver a los <strong>la</strong>drones enorgullecerse <strong>de</strong> su maña, a <strong>la</strong>s<br />

prostitutas, <strong>de</strong> su corrupción, a los asesinos, <strong>de</strong> su insensibilidad. Y nos extrañamos sólo<br />

porque <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se <strong>de</strong> estas personas es muy restringida, y porque su círculo, su atmósfera se<br />

hal<strong>la</strong>n fuera <strong>de</strong> los nuestros. Y no nos sorpren<strong>de</strong>mos, por ejemplo, <strong>de</strong> ver a los ricos<br />

enorgullecerse <strong>de</strong> su riqueza, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> sus encubrimientos y robos, ni <strong>de</strong> ver a los po<strong>de</strong>rosos<br />

enorgullecerse <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> su violencia y <strong>de</strong> su crueldad. Es que el círculo <strong>de</strong><br />

estas personas es gran<strong>de</strong>, y formamos parte <strong>de</strong> él…”<br />

¡Exacta observación! Los criminales son una minoría; por eso, y únicamente por eso los<br />

hacemos sufrir y morir, les imitamos sin ser nosotros criminales, puesto que no hay nueva<br />

mayoría que nos juzgue.<br />

Pero, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los acorazados brasileños los criminales estaban en mayoría. Después <strong>de</strong><br />

echar los oficiales al agua, pidieron perdón al Gobierno sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> bombar<strong>de</strong>arle, y fueron<br />

perdonados, y no se les con<strong>de</strong>coró porque no lo habían exigido. En <strong>la</strong> sociedad actual, don<strong>de</strong><br />

no hay <strong>la</strong>zo moral que no se disuelva, nada va quedando más que el número, y es el número<br />

quien posee <strong>la</strong>s armas. Cuando <strong>la</strong> masa se dé cuenta, como a bordo <strong>de</strong> “Minas Geraes”, <strong>de</strong> que<br />

el<strong>la</strong> es <strong>la</strong> dueña <strong>de</strong> los cañones, ¿qué será <strong>de</strong> nosotros?<br />

¡Y el dinero que nos ha costado enseñarles a que apunten bien!<br />

JOHNSON<br />

El mejor <strong>de</strong> los boxeadores negros ha vencido al mejor <strong>de</strong> los boxeadores b<strong>la</strong>ncos. Es algo<br />

escandaloso. Johnson se ha olvidado <strong>de</strong> que pertenecía a una raza inferior. Sus homocromos<br />

caníbales no se olvidan <strong>de</strong> que <strong>la</strong> carne <strong>de</strong> b<strong>la</strong>nco es <strong>la</strong> más exquisita <strong>de</strong> todas. Se acaban <strong>de</strong><br />

comer en África dos misioneros. Pero Johnson no quería comerse el cuerpo <strong>de</strong> Jeffries. Quería<br />

comerse su alma. Es un negro civilizado. Triunfó, no so<strong>la</strong>mente por el músculo, sino por <strong>la</strong><br />

perseverancia y por <strong>la</strong> inteligencia. Energía bruta, y también habilidad y voluntad. Es el triunfo<br />

<strong>de</strong>l hombre completo. Sus puños han caído sobre el rostro b<strong>la</strong>nco, y lo han hundido en <strong>la</strong><br />

sombra. ¡Oh trompadas infamantes como bofetadas! Transmitidas por telégrafo a medida que<br />

<strong>la</strong>s recibía Jeffries, pocos instantes <strong>de</strong>spués <strong>la</strong>s sentían en su piel los norteamericanos. Y muy<br />

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