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Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja

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– ¿O alguna especie <strong>de</strong> pólvora? -murmuró el viejo.<br />

– Lo haré analizar.<br />

“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />

Recogió con pru<strong>de</strong>ncia los granos en una tarjeta, y los colocó en sitio seguro. Sobre el mantel<br />

había quedado un polvillo impalpable. Mientras servían <strong>la</strong> sopa, el padre Simón, distraídamente,<br />

se puso a golpearlo con el canto <strong>de</strong>l cuchillo.<br />

Un estampido formidable rasgó el aire <strong>de</strong> <strong>la</strong> provi<strong>de</strong>ncia. La ciudad entera había vo<strong>la</strong>do… Un<br />

silencio enorme… Después los c<strong>la</strong>mores <strong>de</strong> los que agonizan, <strong>de</strong> los que se vuelven locos…<br />

La choza en que vivía Juan, baja y ligera, no sufrió mucho. Algunos trozos <strong>de</strong> barro se<br />

<strong>de</strong>sprendieron <strong>de</strong> <strong>la</strong>s pare<strong>de</strong>s. Al oír <strong>la</strong> <strong>de</strong>tonación, <strong>la</strong> familia se echó afuera. En el f<strong>la</strong>nco <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

colina, a lo lejos, se distinguía lo que restaba <strong>de</strong> <strong>la</strong> ciudad, un campo <strong>de</strong> escombros humeantes.<br />

Al sol poniente, <strong>la</strong>s ruinas se envolvían en vapores <strong>de</strong> oro. El hombre y <strong>la</strong> mujer estaban<br />

atónitos, inmóviles. Los niños reían y saltaban.<br />

¿RECUERDAS?<br />

Era en el cariñoso silencio <strong>de</strong> nuestra casa. Por <strong>la</strong> ventana abierta entraba el aliento tibio <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

noche, haciendo ondu<strong>la</strong>r suavemente el bor<strong>de</strong> rizado <strong>de</strong> <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> color <strong>de</strong> rosa. La luz familiar<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> vieja lámpara acariciaba nuestras frentes, llenas <strong>de</strong> paz, inclinadas a <strong>la</strong> mesa <strong>de</strong> trabajo.<br />

Tú leías, y escribía yo. De cuando en cuando nuestros ojos se levantaban y se sonreían a un<br />

tiempo. Tu mano posada como una pequeña paloma inquieta sobre mí, aseguraba que me<br />

querías siempre, minuto por minuto. Y <strong>la</strong>s i<strong>de</strong>as venían alegremente a mi cerebro rejuvenecido.<br />

Venían semejantes a un ancho río c<strong>la</strong>ro, nacido para aliviar <strong>la</strong> sed dolorosa <strong>de</strong> los hombres.<br />

Las horas pasaron, y un vago cansancio bajó a <strong>la</strong> tierra. Cerraste el libro; mi pluma in<strong>de</strong>cisa se<br />

<strong>de</strong>tuvo. Concluía <strong>la</strong> jornada, y el sueño <strong>de</strong>scendía sobre <strong>la</strong>s cosas. Y el sueño era reposo. No<br />

teniendo nada que soñar, <strong>de</strong>seábamos dormir, dormir y <strong>de</strong>spertar con <strong>la</strong> aurora para seguir<br />

viviendo el sueño real <strong>de</strong> nuestra vida. Y nos miramos <strong>la</strong>rgamente, y vivimos <strong>la</strong> vida en el hueco<br />

sombrío <strong>de</strong> nuestras órbitas.<br />

La veíamos y <strong>la</strong> comprendíamos. Por estrechar<strong>la</strong> nos abrazamos. Nuestras bocas al<br />

interrogar<strong>la</strong> chocaron una con otra, y no se separaron. La dulzura <strong>de</strong> tu piel <strong>la</strong>ngui<strong>de</strong>ció mi<br />

sangre. Tu corazón empezó a <strong>la</strong>tir más fuertemente. La vida se apo<strong>de</strong>raba <strong>de</strong> nosotros,<br />

estrujándonos con <strong>la</strong> voluptuosidad <strong>de</strong> sus mil garras. Inmóviles a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> <strong>de</strong>l abismo,<br />

saboreábamos <strong>de</strong> antemano <strong>la</strong> <strong>de</strong>licia mortal…<br />

De pronto un objeto minúsculo cayó sobre el disco <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lgado bronce que tus cabellos<br />

rozaban.<br />

Era una mariposil<strong>la</strong> <strong>de</strong> oro. Quedó yerta un momento. Y con repentina furia comenzó a agitarse<br />

contra el metal. Sus a<strong>la</strong>s pálidas vibraban tan rápidas que parecían un tenue copo <strong>de</strong> bruma<br />

suspendida. Su cabecita embestía el bronce y resba<strong>la</strong>ba por él, y <strong>la</strong> loca mariposa giró en giro<br />

interminable a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong>l cóncavo y bril<strong>la</strong>nte surco. Una convulsión uniforme galvanizaba<br />

aquel<strong>la</strong> molécu<strong>la</strong> <strong>de</strong> polvo y <strong>de</strong> pasión. Su vo<strong>la</strong>r titánico daba una continua y tristísima nota <strong>de</strong><br />

violín enfermo. Hipnotizados por el leve y tenaz gemido, contemp<strong>la</strong>mos <strong>la</strong> lucha <strong>de</strong>l insecto<br />

contra su enemigo invisible.<br />

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